LAS SUMAS Y LOS
RESTOS
Ana Pérez
Cañamares
Puede la poesía
ser la audacia de la inteligencia humana en épocas de penuria, puede la poesía,
queridas amigas, amigos, convertirse en el desafío de los lenguajes del
porvenir ante las suplantaciones de los significados, siempre revolucionarios
de la esperanza, claro que puede la poesía ser a la vez el lenguaje de la
delicadeza humana frente a los actos de fuerza de los sistemas de dominación y
constituirse a su vez en un acto de legitima defensa contra la soberbia
obstinación del poder para mentir. Puede la poesía, y este libro de Ana Pérez
Cañamares, Las sumas y los restos, así lo evidencia, ser útil en la travesía
de los náufragos, de aquellos que expulsados de la felicidad por el pragmatismo
obsceno de la usura habitan las zonas desposeídas de razón, los límites de la
sobrevivencia donde el capitalismo ha reconvertido la condición de los
ciudadanos en ejercicio de sus derechos civiles en clientes portadores de hojas
de reclamaciones. No está bien el curso que han tomado los acontecimientos,
está mal la impunidad con la que las oligarquías financieras han secuestrado la
voluntad civil de la democracia, resulta intolerable el retorno oscuro de las
ideologías supremacistas que vuelven a amparar las ficciones criminales del racismo, la
xenofobia, el antisemitismo, la discriminación de género, la intolerancia ante
la disidencia del que difiere de los discursos de orden. Y si digo estas cosas,
admirada Ana, queridas amigas, es porque hoy la cuestión de la poesía está,
vuelve a estar como lo ha estado siempre, relacionada, implicada, con la
verdad, con el pensamiento que sale al encuentro de las palabras con la
determinación moral de constituirse en testigo inaplazable de un necesario
histórico, la lucha por la dignidad, la elaboración del relato dialéctico que
dé sentido a los textos de cultura como herramientas del espíritu frente a la
publicidad vergonzosa de los documentos de usura que propicia la barbarie del
capitalismo. Creo que sin este contexto
ideológico, se comparta o no su apreciación crítica de la realidad, no sería
posible entender el desafiante proyecto poético de Ana, la insurrección de su
apasionante conciencia frente al materialismo mecanicista de una sociedad
varada en los más retrógrados esquemas de conducta política, la dejación de
responsabilidades morales y cuanto implican el menosprecio de los humildes y el
desamparo hacia los débiles. Ningún lenguaje, amigas, amigos, es neutral, y
menos puede serlo hoy ante los templos donde la barbarie ha vuelto a imponer su
desastre en todas las zonas de la realidad donde la estética se ha de empeñar
en corregir el error hegemónico. La poesía de Ana trabaja en ese territorio,
sus metáforas no se limitan a cambiar la realidad de sitio, a deslizarse entre
los decorados donde cristaliza la bella formalidad de los modelos canónicos, sino
que desobediente a toda preceptiva, ajena a los préstamos con los que la
sociología del reconocimiento fideliza la dependencia a los lenguajes
normativizados, nos enfrenta a la metamorfosis de aquellos valores
instrumentales del pasado en desafiante conciencia de porvenir, es decir en
búsqueda de identidad personal ante los presupuestos dogmáticos de la tachadura
civil que despersonalizan a la mujer y al hombre para reconvertirlos en meros
instrumentos productivos de generación de plusvalías. Está dicho, hay que decirlo cada vez en voz
más alta, como lo lleva diciendo Ana Pérez Cañamares:
por los que dejan atrás casa y familia
por el dolor que no merecemos sufrir ni ver
por los campos arrasados
por los animales que se hacinan
por los niños que trabajan
por los ojos que se cierran por el cansancio y la muerte
por el tiempo que no volverá
por la vida que nos robaron
por la vida
mi amor
por la vida
por el dolor que no merecemos sufrir ni ver
por los campos arrasados
por los animales que se hacinan
por los niños que trabajan
por los ojos que se cierran por el cansancio y la muerte
por el tiempo que no volverá
por la vida que nos robaron
por la vida
mi amor
por la vida
versos de aquel
memorable poema suyo, Capitalismo, cuya
cifra es exactamente la poética revolucionaria que hoy significa el desafío de
derrotar a la tosquedad reaccionaria y sostener como tesis de la poesía el
amparo y la consolación, la piedad de la memoria y la misericordia ante las
trampas de la crueldad jurídica, una conciencia histórica que permita
reconstruir la sociedad civil sobre unos nuevos fundamentos que hagan imposible
la desigualdad y los privilegios de casta entre las causas más ominosas del
sufrimiento humano. No, no estoy
hablando de otra cosa que no sea de poesía, me estoy refiriendo a Las sumas y los restos, el espléndido
libro con el que Ana obtuvo el premio Blas de Otero 2012, un poemario que tiene mucho, en tiempos de
desmemoria y culto al olvido, de memorial de los desheredados y mapa de
navegación de los que ante los pórticos de Occidente exigen responsabilidad,
justicia e inocencia, poemas exactos para tiempos inexactos, poemas
acogedores en época de intemperie,
poemas morales en un siglo tras otro de inmoralidad discursiva, poemas en
ejercicio permanente de dignidad en tiempos donde la cobardía y el acomodo se
han convertido en estrategia intelectual de supervivencia, palabras para cada
cosa en días en que no hay las más elementales cosas para tantos, textos en
alianza con la imaginación y el buen lugar donde los sueños colectivos se
enfrentan a la negatividad de los exclusivistas y por ello mezquinos intereses individuales.
Para entender este libro hay, amigos, amigas, que vivir esta vida, este mundo
hambriento, esta ciudad secuestrada por la mediocridad y los expoliadores del
erario público. Aquí tiembla en su intemperie la desolada condición humana, la
gente corriente, los que viven del trabajo de sus manos, los supervivientes de
las utopías traicionadas por la recompensa de los mercados, las bienaventuradas
personas que fieles a sus ideales siguen pensando que los seres humanos somos
responsables unos de otros. Desde esa responsabilidad escribe Ana, desde los
símbolos de la resistencia que ofrecen refugio al humillado por los títulos de
propiedad y los aparatajes retóricos de la violencia de estado. La poética de
Ana busca, encuentra y funda un lugar, el lugar donde a un otro todavía le sea
posible decir existo, soy inocente, tengo derechos, no me mates. No sé si como
pensaba Pablo de Rokha el poeta es el coordinador de las angustias del
universo, o el organizador del pesimismo, o el bailarín al borde del abismo de
Nicanor Parra, pero de lo que no cabe duda es de la función y necesidad de la
poesía en el instante de peligro, en el tiempo-ahora del que nos hablaba Walter
Benjamin y no la historia como lugar del tiempo vacío. Hay lugar en este libro
para el sujeto problemático, y lo hay para el enigma y la construcción
expresiva de un territorio para las ensoñaciones, para los pequeños
acontecimientos cotidianos que constituyen la épica sin héroes del individuo,
de su otredad contemplada en el espejo sin reflejo de la imaginación crítica. Y
hay maravilla porque hay relámpago, es decir, hay iluminación, es decir hay videncia de modernidad en la
confusión que el desorden de los sentidos proponen a la vida y la literatura,
ser la misma cosa. Ana Perez Cañamares conoce la historia hecha de amor y
sangre, y así la fija en el vértigo de cuanto escribe, íntima y pública su
voz es una singularidad excéntrica, alejada de toda esa dulzona propaganda
sentimental del yo, una voz insurrecta en la elección de sus cómplices, las
mujeres que han hecho de la vindicación de sus derechos una insustituible lucha
contra los constructos sociales y culturales del patriarcado. Libro radical en
su ternura, versos forzosa, indisolublemente vinculados al amor, ese discurso
de la extrema soledad en palabras de Octavio Paz, lo amoroso como intensidad
anhelante del deseo ante las simulaciones de la ruina romántica, el amor como
solidaridad y movilización total de los afectos. Recuerdo todo lo que olvidé, escribe Ana. Escribo porque mi madre no escribía; escribo porque no tengo jardín ni
perro y vivo en un lugar sin mar; escribo porque mi voz y sus ecos me hacen
compañía. Escribo para saber si tengo que perdonarme, pedir disculpas o exigir
responsabilidades. Escribo para rescatar aquello en lo que quiero creer, lo que
no puedo olvidar; para salvar mi voz del barullo. Escribo porque la belleza no
sólo consuela, sino que es lo único que me permite mirar el dolor cara a cara.
Escribo para no dar nada por sabido. Una poética, si, una reflexión
desde la propia interioridad del desafío, hacerse materia con el lenguaje de lo
nombrado, habitar las zonas desapercibidas de la realidad, escribir un poema y
darse cuenta de lo que será al día siguiente un buen poema, Ana lo sabe, Ana lo
ha escrito:
era una nana
un manifiesto
un discurso de
bienvenida
un homenaje
una canción de
amor
un réquiem
el pistoletazo
de salida
para la
revolución.
Qué otras
posibilidades le quedan a la esperanza. Gracias Ana por tu manera de estar en
el mundo, gracias por tu bella manera de ayudar a transformarlo. Gracias por
las conmovedoras manos de tu inteligencia creativa, las sumas y los restos que
señalan el camino hacia los grandes días de la esperanza.
Juan
Carlos Mestre
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