El blog de Ana Pérez Cañamares - poeta

lunes, febrero 03, 2014

Las palabras de Belén Artuñedo en la presentación de Las sumas y los restos en la librería A pie de página, en Valladolid.



Buenas tardes, me corresponde introducir hoy la lectura que Ana Pérez Cañamares va a ofrecernos de su libro Las sumas y los restos, que obtuvo el V Premio de poesía Blas de Otero Villa de Bilbao 2012 y le agradezco a Ana la oportunidad que me ha dado de acompañarla en esta invitación a la lectura de su libro; también su confianza en que yo dibuje un itinerario de lectura personal, que es lo que puedo hacer: comentaros los hitos que, en mi manera de hacer míos sus poemas, han marcado la conmoción que su mirada sobre las cosas y su voz me despiertan.
El libro se abre con una cita de Adrienne Rich que nos despliega el título del libro sobre la mesa y nos ofrece un horizonte de lectura perfilado entre la arqueología y la navegación: “Vine a explorar el naufragio” elige Ana como marco del inicio del viaje; y el naufragio nos remite a la pérdida y al hallazgo, al destello sepultado por el tiempo que la voluntad y el convencimiento de la delicadeza de la búsqueda y el valor de las cosas pequeñas consiguen al cabo revelar: el tesoro que permanece, las alas que la madre quiso ver crecer en la espalda de su hija.
Porque los poemas que abren y cierran el libro son ambos una exhortación que dibuja el punto de partida de la singladura propuesta por la poeta y la orilla a la que se arriba: antes de la salida a la mar “arrepiéntete” y “levanta un memorial a los ahogados”, nos apremia el poema, condiciones previas a la búsqueda, a la escritura: despojarse y saber de dónde venimos, es decir, honestidad y lealtad para una mirada limpia, con las palabras, en el poema. Y en el epílogo, ya con todo el camino recorrido dentro, tras la poda de la indagación sin complacencia, una voz íntima con vocación de pancarta libertaria: “defiende tus alas”, nos lanza el poema. Y es lo que Ana hace a lo largo de este libro: no sólo defender sus alas, sino defender las nuestras. O más bien, prevenirnos, zarandearnos, llamarnos a la revolución extendiendo ante nuestros ojos los mapas de los desheredados, porque (y cito a Adrienne Rich): “Estos son los suburbios del consentimiento” (Atlas del mundo difícil). Nuestro silencio es suburbio, nuestra inacción sólo nos vuelve perdedores, no nos protege de nada, sólo nos hunde en la gran falacia de pensar que el tiempo pone las cosas en su sitio. Surge así en el poema una misión ineludible: “Hablar, para que los caídos sigan teniendo voz en mi locura”.
La cita que Ana elige para iniciar su cuaderno de bitácora, sus poemas reunidos e imantados por los cuatro puntos cardinales (Norte, Sur, Este, Oeste) una rosa de los vientos con su daño y su belleza, se lee casi como una consigna; es una cita de Frank O’Hara que nos reta: “En tiempos de crisis, debemos todos decidir una y otra vez a quién amamos”. Tenemos que elegir aliados, elegir bando y abandonar los porcentajes del dolor ajeno para hundir las manos en nuestra propia vida y saber qué estamos disfrutando y a quién se lo debemos.
Pero esta insurrección en el poema se proclama desde el lenguaje de la delicadeza, desde la fragilidad de nuestras buenas intenciones, algo que resurge en los poemas de Ana, cuando en un libro anterior ya escribía: “Tú pones la comida / para los gatos callejeros / pero no sabes si son las ratas / las que dejan el plato vacío”. Esta malversación de las buenas intenciones que nos deja la boca tan seca, de pura tristeza.
El poema dice la rebelión íntima con palabras de la ternura cotidiana, de la observación en soledad de un perro maltratado, de la gente mayor que sale en zapatillas a la calle, de la primavera al otro lado de la ventana, de los arañazos de una gata. Y en una percepción del tiempo y el espacio que nada tiene que ver con la arenga y la plaza pública, sino con la lentitud de las mañanas de domingo o el tiempo cansado después del trabajo,  y tiene que ver con la casa, el mueble, la ventana, el balcón, la barandilla. Asomarse y asombrarse, nos dice Ana “para nacer a cada instante” en el poema.
Las sumas y los restos  es un libro edificado sobre la memoria, sobre lo que Juan Carlos Mestre define en Ana Pérez Cañamares como “la piedad de la memoria”. Tras ahondar en el error, en la culpa, en el intento fallido, en la pérdida, en el compromiso siempre insuficiente, tras la larga travesía en busca de los restos del naufragio que en el poema suman raíz y se transforman en orgullo de lo que somos, la voz del poeta llega al tesoro. Todo el libro está lleno de imágenes impresionantes que conmocionan pero, la parte final, “Tesoros”, es la que más me ha hecho hundir las manos en mí misma. La memoria de los padres desaparecidos, que no viene sino a encontrar el destello vital en el gran memorial de los desposeídos, es salvación; de nuevo, en una cita que nos despeja el horizonte de llegada a puerto, el poeta elegido (Yehuda Amijai) nos anuncia: “De lo que no volverá a existir, brotan flores”. Cuestionarse la mirada sobre el pasado, volver al “largo y polvoriento camino de la infancia”, dice Ana, convocar una vez más las esperanzas puestas en nosotros a las que no respondimos, a las mentiras de nuestros padres y a las nuestras, seguir necesitando ser hijos aunque las palabras “padre”, “madre” ya no estén en el aire… Los versos más radicales de Ana Pérez Cañamares en este libro, los he encontrado en un poema de “Tesoros”:
Vuestras manos:
Algún día colgarán
De mis brazos
Y de esa inmersión en lo doloroso, en todo ese difícil amor, volver con el pan, la ropa blanca y una conciencia que puede, con dignidad, lanzarnos versos como octavillas:
DEFIENDE TUS ALAS
A LA REVOLUCIÓN POR EL HARTAZGO
LUCHADORES, LLAMADME
Termino con dos citas, una de Adrienne Rich y otra de Adam Zagajewski, poetas citados en el libro, y que me sirven para resumir lo que creo que son los poemas de Las sumas y los restos, poemas para acompañar una vida hasta el final.
De algún modo, tú y yo nos ayudaremos a vivir,
Y en algún lugar nos ayudaremos tú y yo a morir.
Y Adam Zagajewski, en su poema “Habla más suave”, expresa un sentimiento de orfandad común  en el que me siento muy cerca de Ana Pérez Cañamares:
Una ternura inmensa,
como si fuéramos huérfanos de la misma casa
pero siempre apartados los unos de los otros
en las frías cárceles de la actualidad.
Enhorabuena, Ana, por tu libro y por el reconocimiento que ha recibido.

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