16.
Tus manos no ignoraban nada cuando sopesaban las distancias.
Ellas solas reconocían sin miedos
la firme eternidad de mis mínimos gestos;
sabían del páramo sin aristas
que como un llano tumor se me extendía dentro.
Yo en cambio sólo era bajo el peso de tus ruinas.
Y ahora has crecido tanto que tus ojos no cabrían en el cielo,
ahora no habría brazos para rescatar de la nada los rumores,
o resistir la ingenuidad de los cabellos
que se traban involuntariamente.
ANA PÉREZ CAÑAMARES (A LOS 20 AÑOS)
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