Valencia, 3 de noviembre

Valencia hasta ahora era para mí la ciudad en la que vive parte de mi familia, una parte, por cierto, a la que quiero y extraño mucho. Por eso, la ciudad, siendo como tal una gran desconocida, tiene un sitio importante en mi universo emocional. Pero a partir del 3 de noviembre puedo decir que el sitio que ocupaba es aún más grande.
Porque desde ese día, lo que tengo que agradecerle a la poesía, es aún más. Supongo que algo habrá de suerte, pero también que mi intuición me ha llevado hasta gente que merece la pena conocer, poética y humanamente ("el mejor amigo de la rebeldía/es el árbol grande", dicen unos versos de Antonio Martínez i Ferrer: pues yo me he arrimado a árboles grandes).
Desde Miguel-el dueño de la librería Primado, primera sonrisa amable de la mañana-, hasta Víktor Gómez -de esos anfitriones que, cuando te vas, siguen dejando abierta la puerta de su casa, por si vuelves-, pasando por Safrika -que me confirmó un feeling compartido-, Arturo Borra y Laura Giordani -en las grandes conversaciones, cabe todo, desde la complicidad a la sorpresa-, los chicos de la Palabra Itinerante -a lo importante susurrado se suma la ternura-, Quique Falcón -el amor y la ira: ¿se puede pedir más?
Sin olvidarme de todos aquellos a los que, por tiempo y por pudor -tengo un cupo de pudor que vencer en un mismo día- no pude acercarme tanto, pero con los que compartí momentos de emoción, risas, reflexión: Ana María Espinosa, Antonio Martínez i Ferrer, los chicos de 13 trenes, José Montoro, Pedro Montealegre, Elena Escribano, Antonio Méndez Rubio, Matilde Selva, Eduardo Almiñana, Luna Genovés... y perdón a quien olvide en esta lista. Habrá tiempo de volver, de compartir, de leernos y volvernos a encontrar. A todos gracias por la escucha, por la lectura, por las palabras y los abrazos.