Recupero una vieja columna que escribí hace unos años para la revista literaturas.com, que me he encontrado por ahí y que he leído con cariño (jo, no hay tantas cosas viejas con las que una se identifique a gusto):
BIOGRAFÍA LITERARIA
Atrincherada entre mantas los sábados por la mañana, devoraba uno tras otro los libros de los Cinco, Los Cinco en el páramo misterioso, Los Cinco tras el pasadizo secreto, que me permitieron por primera vez vivir aventuras sin salir de las fronteras de mi cama, y tener la impresión de ser consumidora habitual de cerveza de jengibre, cuando hasta la fecha no he podido saber a qué coño sabía o cuál era su porcentaje de alcohol.
Hasta la adolescencia me escoltó Herman Hesse, susurrando en mi oído –ya a la luz de la lámpara de noche- que, a pesar de todo, no se está tan solo cuando uno empieza a plantearse qué es el alma, el destino o la propia soledad.
A los dieciocho llegó Oscar Wilde trayendo de la mano a Dorian Gray, ese yo que escondí en el armario para expiar el acné, las culpas, las responsabilidades. Por ellos me compré un abrigo negro hasta los pies –mi versión ochentera del dandismo- en el que hubiéramos cabido yo, mi parte oscura e incluso Oscar Wilde. Y muy cerca de Oscar, Virginia Wolf, con su habitación propia y el andrógino Orlando, que me animó a pretender ser todo, por mucho que la Selectividad me obligara a elegir carrera.
Más allá de los veinte, en conversaciones de bar de facultad, tuve que seguir eligiendo: ¿los Rolling o los Beatles?, ¿Borges o Cortázar? Opté por Julio y busqué su espíritu por los bares de jazz, empecé a fumar porque las jam-session se me hacían interminables y me mudé a casas tomadas por fiestas que a las cinco de la mañana podían pasar por parisinas.
Cuando la adolescencia empezaba a parecer lejana, vino Salinger para dejarme recuperarla, porque mientras transcurrió no pasó de ser un sueño o una pesadilla. Aún tenía sentido su desprecio por todo lo que sonara a “mayor”, la afectación, la mentira, la domesticación, como lo tenía ese empeño por querer saber a pesar de las dudas y las incertidumbres, por querer vivir las cosas hermosas del mundo y las trágicas que a veces, mierda, tienen también un filo hermoso.
Más rebeldía: Henry Miller y sus libros manoseados, leídos al principio de polvo en polvo y tiro porque me toca, tan bestia y a la vez con ese aire ingenuo de caca, culo, pedo, pis. Filosofía a pie de la vida, y muchos orgasmos. Y Truman Capote, romanticismo caústico, ironía y mala leche en un rostro aniñado, la excusa perfecta para llenar el cuarto de fotos de Marilyn Monroe, tratando de descubrir el secreto de la belleza y el misterio de una rubia de bote.
De vuelta a casa, Marsé me permitió identificarme con todos sus Pijoapartes, huérfanos de profesión, siempre queriendo ser otra cosa de lo que se es, espiando a los ricos y guapos y envidiando sus casas junto a la playa. De él atesoro una frase que ha ido pasando de un cuaderno de notas a otro: “Lo poco que hubo de solidario y civilizado en mi primera juventud se lo debo por entero al trato con los cuerpos desnudos y a cuanto hay en ellos de hospitalario, a un poco de alcohol y a cierta natural y obsesiva predisposición a lamentar no sé qué tiempo perdido o no sé qué bello sueño desvanecido”.
Y más recientemente: Paul Auster, Nabokov, Carver y Chéjov, preguntas en ruso que se contestan en inglés o viceversa, un gran viaje que pasa por dachas en medio de bosques tan grandes como países, para llegar a los drugstores, los moteles, las callejuelas de aristas afiladas de Nueva York, lugares sórdidos donde también habita lo conmovedor y lo humano.
“Yo me jacto de aquellos que me fue dado leer...” Cuánta razón tenía Borges, aunque, lo siento, maestro, yo nunca quise elegir, las circunstancias me obligaron: y he de reconocer que en el fondo de mi corazón sigo prefiriendo a los Beatles.
3 comentarios:
Una auténtica vida de puño y letra, si señora.
Buenísimo.
Le deja a uno con una edificante sonrisa de medio lado.
Gracias, Alfman, con lectores como tú da gusto (y muchos ánimos). Que te dure mucho la sonrisa. Un abrazo
Cómo me ha gustado esta entrada, Ana, y cómo me sorprende muchos paralelismos y muchas coincidencias entre tu biografía lectora y la mía. A lo mejor es generacional; a lo mejor no. Un abrazo muy fuerte.
Publicar un comentario