El blog de Ana Pérez Cañamares - poeta

martes, noviembre 21, 2006

El tiempo

No me entero del tiempo cuando tengo tiempo para todo. Cuando, como dice Arturo, me doy cuenta de que no tener nada mejor que hacer es hacer justo lo que me apetece. Entonces no me preocupa el tiempo. Cuando un día pasa, y he hecho varias de estas cosas: leer, ir a la piscina, ver una buena película, echar un buen polvo, comer bien, regar las plantas, tomar unas cañas con amigos, reírme con mi hija, escribir un poema, ir al fútbol, colgar algo en el blog, pasear, contestar los mensajes de correo acumulados..., entonces el tiempo es simplemente la suma de lo que he hecho, más los momentos que entre una cosa y otra me he tomado para fumar un cigarro y mirar por la ventana. Pero luego, no sé por qué, como una relación que se envenena, una charla que se alarga hasta el aburrimiento, el tiempo se convierte en un engorro, en una molestia, en un problema más. Los días pasan turbios. Corro de un lado a otro y se me olvidan los cigarros en los ceniceros. Tengo que ir al dentista, he madrugado tanto que a media tarde me duelen los ojos, había atasco, retrasos y colas, cabreo y humillación contenidos, he tenido una bronca que me ha robado la mitad de las energías que me quedaban, me he cagado en el alcalde y en todos sus concejales, me hago tres horas de transporte entre ir al colegio y luego al curro, en medio al banco a pagar algo, relleno papeles que me la soplan, a mi hija se le ha atascado un examen y aprovecha para echarme en cara todo lo que tiene que echarme en cara, paseo de un lado a otro un libro que no tengo tiempo para abrir, el ordenador se cuelga, una jefa me intenta putear, la ropa sucia se acumula, la arena de la gata apesta, me voy a la cama pronto para no poder dormirme de puro agotamiento, y el sueño es sólo la duermevela de una borrachera, y sé que al día siguiente el cansancio volverá a nublarme la vista. Los días se pudren. Yo me vuelvo débil, si miro hacia dentro sólo veo un solar abandonado.
Supongo que hay otros síntomas, pero sobre todo hay uno claro de cuando estoy volviendo a recuperar mi nombre y el tiempo perdido: cuando abro el paréntesis en el que leo, en el que escribo. Cuando el tiempo me lo regalan otros, cuando mis personajes o los personajes de los demás abren puertas que dan a habitaciones en las que hay una inmensa reserva de tiempo, el tiempo expandido, circular, sin fondo, en que se mide la digestión de las palabras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenísimo. Consigues un ritmo que transmite el agobio de un día como el que describes. No es que me ocurran las mismas cosas, pero me identifico con la sensación. Cuánto hace que no tengo un día en el que hago todo o al menos una de las cosas que enumeras al principio: "leer, ir a la piscina, ver una buena película, echar un buen polvo, comer bien, regar las plantas, tomar unas cañas con amigos, reírme con mi hija, escribir un poema, ir al fútbol, colgar algo en el blog, pasear, contestar los mensajes de correo acumulados..., "