LOS SUEÑOS DE LOS OTROS
En alguna parte leí que había un hombre
-“un carnicero”, decía la noticia,
no sé si hablando de su profesión o de su vocación,
dado lo que venía después-
que guardaba párpados humanos
en una cajita sobre la mesilla de noche.
¿Qué fue lo que más me impresionó?
Lo cierto es que por un momento
entendí la belleza y la fragilidad
que se esconden en un párpado humano.
Durante un segundo hice mío el deseo
de poseer uno, de aislarlo de su dueño,
como un pétalo de rosa arrancado
a una flor a punto de ajarse.
Se me ocurrió que el hombre
podría haber elegido las páginas de un libro
para guardarlos.
Lo imaginé encendiendo la lámpara
en mitad de la noche...
el resto pertenece a nuestra intimidad.
No sé si entender a un psicópata
me hace más o menos humana.
Sé que yo he amado ciertos párpados
sobre los que deseé hacerme diminuta
y tumbarme como en un montículo de arena.
Yo los dejé ir.
De hecho nunca se me ocurrió guardarlos
en un cajita sobre mi mesilla
o marcar con ellos la página de un libro.
Los locos tienen el difícil cometido
de cumplir nuestros sueños.
Es sólo la realidad la que los convierte en pesadillas.
Ellos son poetas a los que se les va la mano,
no llegan a coger papel y lápiz
y toman las metáforas por los cuernos.
Pero en sus desastres aún se puede rastrear
las huellas de los sueños primigenios.
No sé si descubrirlas me hace más o menos humana.
Si podría mantener una conversación poética
con el carnicero que guardaba los párpados en su mesilla.
Para hablar con él me pondría, eso sí,
unas gafas de sol muy oscuras.
Dios nos proteja de nuestros sueños
y sobre todo de los sueños de los otros.
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