El blog de Ana Pérez Cañamares - poeta

sábado, octubre 14, 2006

Habitación de hotel, de Edward Hopper



Para Soco
No recuerdo cuando compré la lámina de este cuadro por primera vez. Sé que me acompañó en habitaciones alquiladas, sobrevivió a mudanzas, viajó de una casa a otra en un cilindro de cartón y fue agujereada por decenas de chinchetas. Tampoco recuerdo en qué momento decidí tirarla, porque los agujeros y los desgarrones me distraían de su belleza. Pero el año pasado volví a encontrarla en una exposición: "Mímesis. Realismos modernos. 1918-1945". Me la traje a casa sin saber aún qué lugar ocuparía porque no quedaban paredes libres. Finalmente, rehice la distribución de mi cuarto para buscarle un sitio, la enmarqué y ahora la veo cuando levanto la vista de la pantalla.
No sabría decir qué me atrae de esta imagen. Hay algo en ella que visceralmente me atrapa. Quizás sea que me gusta lo que hay de efímero y acogedor en los hoteles, y por eso aprecio las maletas en el suelo, los zapatos dejados a un lado, el vestido sobre la butaca, el sombrero encima de la cómoda. Igual que me gusta la cama bien hecha y estirada, ese regalo que en los hoteles siempre nos deja una mujer extraña. Pero sobre todo está la mujer del cuadro: su rostro en penumbra, la hoja sobre las rodillas, la intimidad de su ropa interior, su recogimiento y su silencio. ¿Qué hace viajando sola esa mujer? ¿Va a encontrarse con alquien? ¿Qué hay escrito en esa hoja: es una carta, una dirección, un trozo de diario, una nota de adiós de algún hombre, o la carta de despedida de un trabajo? Siempre me inclino por algún asunto turbio y triste. Sin embargo, a pesar de cierto abatimiento en sus hombros, hay serenidad en su rostro. Si es una mujer abandonada o rechazada, sabrá superarlo. Puede que no todo esté perdido, o puede que ella lo sospechara de antemano, o que en secreto sienta alivio. Quiero pensar que sí, que esta mujer de miembros rotundos se levantará de esa cama, se pondrá guapa y bajará a cenar al restaurante del hotel, disfrutará de la comida y la soledad le sentará tan bien como un sombrero nuevo. Quiero pensar que el pintor la ha pintado justo antes de arrugar la nota, tirarla al suelo y seguir hacia delante.
Esta ha sido la historia del cuadro y yo hasta ahora. Pero ayer vino una amiga a casa, lo miró y me dijo: "se parece a tu madre". Y me pareció que por primera vez veía su pelo rubio y ondulado, su nariz, la blancura de su piel, el volumen de sus pechos. Todo era de mi madre. Y me di cuenta de que también hubiera querido que mi madre se pusiera guapa y saliera a cenar sola. Aunque lo que tuviera entre sus manos fuera una carta de su familia diciéndole cuánto la echábamos de menos.

No hay comentarios: