Importa lo pequeño? Lo frágil?
Le damos el suficiente valor a
aquellas cosas, en apariencia insignificantes, basándonos en su aparente
simplicidad?...
Son las palabras, mapas o
itinerarios, planos de tesoros o senderos a ninguna parte que hemos que
aprender y desaprender para amar y desamarnos, y volver a habitarlas una vez ya
reveladas aún con mayor rubor y generosidad?
Para Ana la poesía es la tabla de
salvación para afrontar el naufragio diario que significa vivirnos.
Los ahogados, otros como
nosotros, nos preceden o nos acompañan, y sin saberlo cargamos con sus
alegrías, con sus penas, con sus cadenas o con sus sueños, (pasado y futuro)
aunque miremos desde el presente viven en nosotros y caminan hacia un mundo
idealizado: nuestras almas son pequeñas islas de un estuario que reconocemos
como grupo, como familia, como clase, como especie siempre humana, siempre
incompleta y con la obligación de completarse, o de intentarlo al menos.
Ante la aparente inutilidad de
las preguntas sin respuesta, "Las sumas y los restos" nos propone la
belleza de lo simple, de lo natural. Lo que articula la mirada del poemario en
mi opinión, es una esperanza de salvarse, a través de la evocación y del
asombro, sin dar prioridad a lo que suma, sin obsesionarse con lo que resta o
lo que nos queda: los versos pasan desde el presente, miran hacia atrás y hacia
adelante, sin aspavientos, sin dramas, como brisa moviendo cortinas,
acompañando la soledad de nuestro desasosiego, conviviendo con la levedad
indiscreta de una pequeña mariposa que se posa ante nuestras narices para
incitarnos a la mesura de lo qué somos, a la pregunta de quién vive en
nosotros.
Ante la distorsión de la rutina,
de lo repetitivo, Ana busca la evocación poética como una salida. Cada ser
humano, cada ser vivo, vive su particular gólgota o campo de exterminio, al
tiempo que, unas veces por sustituciones y otras por una lucha esperanzadora,
cada ser viviente busca su tabla, su camino feliz, los restos de lo que un día
fue su infancia (esa barca sin capitán y sin bandera). Lo que queda de su alma
que aún será capaz de expandir y de multiplicar. Lo que le proyecte hacia la
vida y le haga soportable su propio futuro.
Nos salvamos por los demás y
salvamos a quienes nos acompañan. Ese pudiera ser el gran sentido de lo
poético. La isla de la fortuna o la tabla de salvación que viene con su
equilibrio y estabilidad a liberarnos del infierno, del abismo o de la
hecatombe.
Ana en este libro hace de la
humanidad su hermana, su madre, su casa común, su guerra vencible, y sus versos
son un ansia de cicatrizar, de curar, de cerrar cuentas con el dolor, con lo
que nos inquieta, con lo que nos cuesta la tarea cotidiana del vivir. Tantas y
tantas cosas que nunca llegaremos a cambiar pero que nos acompañarán para
siempre. Cosas que merecen, como nuestras inquietudes y recuerdos, una generosa
y digna salida. Una nueva mirada piadosa y reconciliadora en su sentido más
humano.
Así en los versos de "Las
sumas y los restos" se vislumbra una necesidad de reafirmarse por el
perdón antes que por la condena. Por el amor antes que por el dolor
innecesario. Por la luz antes que por la oscuridad velada. Son poemas por y
desde la claridad. Y siento en estos versos una necesidad de aceptar la vida con
paciente resignación, sin dolerse ni herirse en balde. Hay en la parte final
del poemario una necesidad de abrazar al adversario que es uno mismo y que
llega candente con lo bello y desgarrador, potente y frío, desde el pasado.
Para tal viaje la poeta ni quiere
ni necesita intermediarios ni traductores. Decidida desde el primer verso hasta
el último, rechaza lo añadido, lo postizo, busca lo que le viene ya dado y lo
que ha hecho de si misma, porque Ana quiere mirarse, sentirse en propia carne y
no a través de otros filtros, huye de falsos abalorios y de dilemas
altisonantes. Se compromete con la vida sin atizar fuegos fatuos ni levantar
estridentes banderas.
Sus tesoros, oh gloriosa poesía,
son su hija, sus padres, su infancia, sus recuerdos, sus esperanzas, las
palabras...
"Si aprendiera a cuidar lo
pequeño
lo grande permanecería a
salvo".
Bellos versos de "Las sumas
y los restos" que en si mismos son una maravillosa declaración de
principios.
Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz
de Tenerife, 1968) vive en Madrid. Alguno de sus cuentos han aparecido en
antologías como Por favor sea breve (Madrid, 2001), Mujeres cuentistas (Madrid,
2009), Beatitud. Visiones de la Beat Generation (Madrid, 2011) o Al otro lado del
espejo. Narrando contracorriente (Madrid, 2011), y otras. También ha colaborado
con algunos de sus poemas en Resaca/Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski
(Barcelona, 2008), 23 Pandoras. Poesía alternativa española (Madrid, 2009), La
manera de recogerse el pelo. Generación Bloguer (Madrid, 2010), Por donde pasa
la poesía (Madrid, 2011), y Mujeres en su tinta. Poetas españolas en el siglo
XXI (Bilbao, 2012), entre otras, así como colaboraciones en distintas revistas
en papel y publicaciones digitales.
La alambrada de mi boca (Madrid,
2007) fue su primer libro de poemas cuya segunda edición se realizó en2009 y al
que le siguieron Alfabeto de cicatrices (Madrid, 2010), Entre paréntesis (Palma
de Mallorca, 2012) y su libro de relatos En días idénticos a nubes (Madrid,
2009).
Las sumas y los restos, es su
última entrega y ha sido galardonado con el “V Premio de Poesía Blas de
Otero-Villa de Bilbao 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario