Mientras Alfonso López la presenta al inicio del evento poético ella se entretiene con una miniatura de criatura que anda jugando muy tranquila por allí, entre la gente, y llamando la atención de todo el mundo (la hija de la bailarina Lucía Marote), y Ana que prometía estar nerviosísima esta noche, realmente en ese momento se encuentra en otro mundo, el de esta niña, que seguramente es más cercano a su creación poética que el del resto de asistentes.
Cuando terminan de presentarla y se sienta a leer ante un barril de cerveza, donde ha posado sus montañas de libros de diversos autores y autoras, con señales entre las páginas, tarda un rato en descubrir que no cabe en ese hueco, en este lugar lóbrego en el que nos reunimos: “con permiso, me voy a espatarrar, porque no entro bien aquí”, dice, pero cuando le hacen hueco para que se acomode, aclara “gracias, (pero en realidad estaba más cómoda de la otra manera)”. Es parte de su continuo humor en el que mezcla los modos con las palabras, igual que hace en sus textos.
Si a Ana Pérez Cañamares le quitamos el dulce gesto de la cara, o la expresión de niña traviesa, nos queda un personaje auténtico, de esos que siempre he pensado que están al otro lado de los libros que me gustan, de la literatura o de la narrativa que tiene un interés. Cuando la leo en sus blog y demás, me parece una mujer que, con su tremenda inocencia en el modo de exponer las cosas, está más cercana al análisis profundo de la realidad que la mayoría.
(sigue aquí...)
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