32. Olvida el miedo,
no defiendo mis tesoros; están al aire.
Una ráfaga de viento arrastraría sin esfuerzo
mis recuerdos; quizá de regreso traería
de la mano a la niña alegre que necesita perdón
por los pecados que soñó.
Sentir que el tiempo vuela
a mi alrededor,
se detiene,
vuelve,
no se encoge nunca tanto como temo.
Te dejo jugar en mis cuartos oscuros.
Juega con los fantasmas, las bestias y los gigantes.
Detrás de todos ellos hay traviesos niños maniatados.
Recuérdales el desorden, los saltamontes,
el barro tierno y el duro granizo.
La sorpresa de la estación.
Y cómo las tardes se dilatan y se enredan en su luz.
Regalémonos otros cuerpos.
El olvido y el perdón.
Y el futuro como una meseta fértil.
ANA PÉREZ CAÑAMARES (A LOS 20 AÑOS)
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