El blog de Ana Pérez Cañamares - poeta

miércoles, abril 25, 2007

El incesante y vasto universo

Os preguntaba hace unos días cuál es el proceso de selección de las lecturas. Casi todos solemos decir que los libros nos eligen a nosotros. Pero ¿qué significa esto exactamente? Para mí significa que unas lecturas llaman a otras; que si no me pliego a una disciplina -a una ruta de lectura planificada para ir cubriendo las que tengo por obvias lagunas en mi vida como lectora- son la intuición, el azar, los intereses, las filias y las fobias personales las que me van guiando, las que van haciendo que los libros "aparezcan" delante de mí.
Suelto este rollo porque a veces me parecen que estamos poco dispuestos a confesar, precisamente, esas filias y fobias, o al menos el peso que tienen a la hora de guiarnos en nuestro camino de lectores. Hay una serie de libros o autores que parecen de obligada lectura, y sin embargo, algunos se nos resisten... sencillamente porque tal libro o autor cayó en desgracia ante nosotros, se nos atravesó, nos cae mal, antipático, a un nivel que casi resulta inconfesable para uno mismo. ¿No os pasa a vosotros? También hay autores que pertenecieron a una época, se quedaron ahí y aunque valoremos su obra, no estamos dispuestos a tenerlos como referentes o a releerlos. Es algo que va más allá de lo literario, pero es que, por suerte o por desgracia, los valores literarios no son impermeables a manías ni antipatías. Igual que no lo son a intereses, necesidades, gustos, pasiones personales.
Vale, voy a atreverme. Lo diré. Borges me cae mal. Me siento como una niña diciendo caca, culo, pedo, pis. Lo leí, me deslumbró, pero hay algo de él y de su obra que me remiten a una sensación fría, distante, muerta, que me produce repelús. Es así de estúpida la cosa, lo confieso. Así de irracional. Y sin embargo hoy he recordado un fragmento que recuerdo que me encantó. Y me sigue encantando. Supongo que todos lo conocéis. Es el comienzo de El Aleph:


La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.

Precioso, ¿verdad? En fin: paradojas me den que me alimenten.

5 comentarios:

alfman dijo...

Lo diré claramente, no puedo con Borges.
Me explico, mi sentimiento hacia él va desde la más alta admiración por el manejo de las palabras hasta la envidia surrealista por la concepción literaria, pero, no se porqué, en algún punto de transición entre esos dos estados sufro de arcadas existenciales, losiento-losiento-losiento
Vale Ana, lo has conseguido: caca, culo, pedo, pis...
te parecerá bonito...
jejeje

Ana Pérez Cañamares dijo...

!Bien, tengo un compinche! !Y encima lo explica mejor que yo, porque eso es exactamente lo que yo siento! Si encontramos a más, esto puede convertirse en un síndrome. El síndrome de Borges.

Anónimo dijo...

Para llegar a Borges hay que andar previamente un camino difícil y tortuoso. Para mí es un escritor-matemático. He leído cosas de él insuperables, puede que caiga antipático por su "no sé qué - pero algo tiene" que da una imagen de "baboso-dominado-por-su-pareja", o "estoy-ciego-pero-lo-veo-todo"... no lo sé, yo sólo sé que precisamente su ceguera le hizo "ver" lo que para los demás es invisible. Tiene un poema sobre la vejez insuperable. El Alehp es de lo mejorcito escrito en lengua castellana.
Llegué a él tras leer a Cortázar, en concreto después de terminar con "Rayuela", sus prosas son diferentes, Cortázar se hace mucho más cercano, más asequible, más tipo a García Márquez o Bolaño.
Personalmente me atraen más las letras europeas, Joyce, Herman Broch, Walser, Beckett, Mann, Chéjov y otros más de difícil caligrafía y que en este momento no recuerdo sus nombres, son los que marcan mis lecturas.

Hay que dar a Borges el valor que tiene, un grande entre los grandes. Quizás su pequeño defecto fue pensar o escribir más con la cabeza que con el corazón, de ahí la estructura casi ajedrecística de algunas de sus obras. No me extiendo más.

Un saludo.

C.A. Makkkafu.

Ana Pérez Cañamares dijo...

Estoy de acuerdo contigo, Makkkafu. Yo, en su momento, devoré a Borges (y luego me comí a Cortázar). Ya decía en otra entrada que los dos eran el equivalente a los Rolling y a los Beatles (parece inevitable hablar de los dos a la vez y parece inevitable elegir). Por supuesto que Borges es un grande, pero yo me siento frente a su obra como admirando un gigantesco iceberg, bello y frío... Gracias por el comentario, un saludo.

Óscar dijo...

El problema de la lectura sobre Borges es leerle con ese deslumbramiento y admiración. Mucho peor como "estoy-ciego", ya que lo mejor que hizo fue antes de quedarse sin vista.

Supongo que las lecturas que yo he hecho de él me condicionan: no puedo verle como un autor cerebral. Recomiendo leer las biografías que le hizo Mª Esther Vázquez "Borges, esplendor y derrota" y (menos recomendable) "Borges, sus días y su tiempo" (Tusquets y Punto de lectura, respectivamente); a lo mejor le entendéis más cerca de cómo le entiendo yo.