Si me quisieras un poco menos, padre, no mentirías.
Si me quisieras un poco más
tus mentiras no serían tan predecibles.
Tienen hambre y frío tus mentiras,
como niños de posguerra.
Como el decorado para una película de sábado tarde,
sus colores son planos, y se les ve el armazón.
Espías y piratas con sus disfraces cruzan por tus ojos desenfocados
y mueren ante mí,
se asfixian sin poder respirar,
muertos de cartón-piedra,
espectros de función escolar.
Si tus mentiras disolventes no borraran el pasado,
si tus pies no revolvieran el camino que ya hemos recorrido
hasta dejarlo reducido a cunetas,
aún podría buscar cierta ternura,
calor en los callos de tus manos.
Lo peor de todo es este olor a lejía que dejas a tu paso,
esta pulcritud de álbum de fotos vacío,
esta estéril orfandad desde la que no puedo devolverte nada,
no puedo recordar que algo, algo has tenido que darme,
alguna verdad que me haya guiado hasta aquí.
Y sin embargo, sé que sin salvarte
yo peso más, me voy al fondo de todo
y me hundo.
Tengo que salvarte, padre,
recordar lo que otros te hicieron cuando eras un niño,
el largo camino enlodado hasta el colegio,
la casa sin ventanas
en la que tu madre murió licuándose entre tus dedos,
los cadáveres que te atravesaron la nuca con sus miradas.
Tengo que recordar que las mentiras de ahora son los sueños de otra época,
que vuelven a pedir cuentas,
como niños abandonados a la puerta de una iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario