(Un soldado americano superviviente de la matanza de Dresde acaba de robar un carro para huir de la ciudad asolada por las bombas).
"Empezaba a recobrar la conciencia y a despertar de su somnolencia cuando oyó a un hombre y a una mujer hablando alemán en tono lastimero. Estaban compadeciendo a alguien. Antes de abrir los ojos, a Billy le pareció que aquel tono de voz podría haber sido el de los amigos de Jesús cuando desclavaron de la cruz su cuerpo destrozado.
Entonces abrió los ojos y vio a un hombre de mediana edad y a su esposa hablando a los caballos. Se habían dado cuenta de lo que los americanos ignoraban, a saber: que los pobres animales perdían sangre por la boca, tenían las pezuñas partidas -lo que hacía que cada paso fuera una agonía para ellos- y además estaban muertos de sed. Los americanos habían tratado a su medio de transporte como si no fuera más sensible que un Chevrolet de seis cilindros.
Las dos personas que se compadecieron de los caballos dieron la vuelta a la carreta hasta descargar sobre Billy todos sus reproches, precisamente sobre Billy, que era tan larguirucho y débil y que estaba tan ridículo con su toga azul celeste y sus botas plateadas. A él no le temían. De hecho, ya no le temían a nada. (...) Entre los dos hablaban nueve lenguas. Primero intentaron hablar a Billy en polaco, basándose en que iba vestido como un payaso (los desdichados polascos fueron los payasos involuntarios de la Segunda Guerra Mundial). Pero el americano no entendió nada.
Luego fue Billy quien les preguntó, en inglés, qué era lo que querían. Al momento ambos le reprendieron, también en inglés, por las condiciones en que se encontraban los caballos. Le hicieron bajar de la carreta para que los viera, y se quedaron sorprendidos cuando le vieron echarse a llorar ante el estado de su medio de transporte. Durante toda la guerra, nada había conseguido hacerle llorar".
Esto me recuerda a algo. Ayer hablaba de la muerte de mi madre. Fue un período muy duro para mí, porque su enfermedad coincidió con mi separación. Atravesé todo sin llorar: la noticia del cáncer, la quimioterapia, mi separación, la mudanza a una buhardilla inmunda que era lo único que podía pagar... Pero un día que volvía de visitar a mi madre en la clínica, descubrí que me había dejado las llaves en casa. Acababa de mudarme y no le había dado una copia a nadie. Y en medio del autobús atestado de gente, me puse a llorar. A berrear como una criatura. Mi llanto era lo único que se oía en el autobús. Una señora me preguntó y yo le contesté que me había dejado las llaves dentro de casa. La estupefacción de los que me rodeaban sólo hizo que llorara más fuerte.
4 comentarios:
Anita, cómo entiendo ese segundo parrafo. Hay una experiencia vital que compartimos...
Ante un detalle aparentemente insignificante nos desplomamos, pero porque llevamos excesiva carga detrás...
Un abrazo, y todos mis ánimos.
Busqué el argumento de este libro por casualidad, y fuí a dar con tu blog, lo leí exhausta, pero lo que me dejó más perpleja que todo eso fue tu momento vivido.
p.d. totalmente fascinada. ¿ese libro que te hizo sentir?
Gracias antes que nada.
El libro me pareció maravilloso: justa dosis de ironía y ternura, metáfora y realismo, escrito con agilidad, precisión, con una escritura que parece fácil y es un prodigio. Altamente recomendable. Un abrazo,
Ana
MIENTRAS HAYA MATADEROS,HABRA CAMPOS DE BATALLA.
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