Leyendo a Carver, pienso que a este hombre le dio tiempo a hacerse sabio. A saber qué es lo importante, y qué no. A saber mirar, y a comprender, y a rendirse a tiempo ante lo que no comprendía. A hundirse, a flotar y a compadecerse de todo ser viviente. Y tengo la impresión de que toda esta sabiduría, todo este coraje, se lo dio la literatura.
Un ejemplo, entre muchos, en el poema El regalo:
"Esta mañana hay nieve por todos lados. Reparamos en ello.
Me dices que no has dormido bien. Te digo
que yo tampoco. Pasaste una noche horrible. "También yo".
Somos extremadamente cuidadosos y tiernos,
como si percibiéramos el desarreglo mental del otro.
Como si supiéramos lo que está sintiendo el otro. No lo sabemos,
claro. Nunca lo sabremos. No importa.
Es esa ternura lo que me importa. Es el regalo
que me sostiene y me hace avanzar.
El mismo de cada mañana".
Esta tarde, me paseo por casa con mis libros bajo el brazo, en busca de un lugar tranquilo, silencioso, bien iluminado. Me siento en el sofá, regreso al estudio, tecleo algo en el ordenador, leo un poema, recuerdo un escrito a medias. Estoy como distraída, y resulta fácil interrumpirme. Parece que no hago nada, ¿verdad? A mí también me parece a veces que pierdo el tiempo.
Y sin embargo estoy salvando al mundo de caerse roto a pedazos.
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