«No sé que haré mañana cuando todo esto haya terminado. No me apetece nada volver a la realidad». Eso le dijo una chica muy joven a su amiga el otro día en la manifestación del Mayday en Nueva York, cuando el primero de mayo dejó de ser el día del trabajador y se convirtió en el día del 99%. Las dos llevaban una camiseta de Occupy Everything! y se lo estaban pasando en grande.
Creo que sé a lo que se refería cuando dijo aquello, y es que estas manifestaciones multitudinarias que tanto se llevan ahora, se parecen cada vez más a una droga de diseño: subidón de autoestima y bienestar instantáneo, sensación de mayor fortaleza y de más capacidad de acción, y en cuanto el efecto pasa -y pasa muy rápido-, bajón y depresión. Porque la depresión es el paisaje del mundo cuando las vidas no son más que fragmentos separados los unos de los otros.
Por eso soy de los que piensan que la verdadera política de urgencia de nuestros días es la de enlazar las cosas entre sí, vincular a las personas unas con otras, unir los acontecimientos. La primavera árabe, el 15M, Occupy Wall Street, todo esto anda en esa dirección, pero todavía le falta mucho camino por recorrer, por eso a esa chica le sigue asustando imaginar el día después de la manifestación, porque sabe que volverá a estar sola ante el peligro, sola ante la crisis.
Los acontecimientos que hasta ahora hemos logrado crear, no son más que estrellas fugaces en la noche. Poderosos y solitarios puntos de luz colgados en un firmamento oscuro que parece tragárselo todo. Es cierto que estos acontecimientos, (una manifestación, una plaza ocupada…), cada vez se resisten más a desaparecer, sin embargo continúan desvaneciéndose irremediablemente uno tras otro. De momento, nada parece tener capacidad de perdurar. Nada salvo el capitalismo, ¡que anda que no persiste!
Seguro que alguna vez te has preguntado porqué el capitalismo dura tanto, porqué no se apaga y desvanece como todo lo demás. Yo he llegado a la conclusión de que su secreto reside en saber unir puntos inconexos.
Los puntos del capitalismo, las estrellas de su firmamento, ya sabes cuáles son: bancos, propiedades, consumo…, lo que quizá no sepas es de qué están hechas las líneas que las unen. Están hechas de historias, de relatos, cuentos que nos hemos creído por demasiado tiempo, como por ejemplo ese que dice que los bancos nos ofrecen seguridad y bienestar, que están ahí para hacer que vivamos bien y seamos felices y comamos perdices.
El contorno de las líneas, el perímetro que delimitan estos relatos, son la imagen del mundo en el que todos nosotros (mal) vivimos. De momento.
Visto así, el capitalismo y la astrología no son tan distintos. Ambos se basan en la confianza y en el miedo a lo desconocido. Te pondré un ejemplo: la balanza que dibujan esas cinco estrellas que aparecen cada noche en el cielo, entre las latitudes +65º y −90º, y que llamamos Libra, no existe en realidad, ni el escorpión tampoco, ni el león. Son formas que viven sólo en nuestra imaginación, en la tuya y en la mía, en la de todos. Allí arriba no hay más que cinco estrellas separadas las unas de las otras, cinco estrellas que nosotros unimos con la imaginación hasta ver en ellas el símbolo del equilibrio y la armonía. Si somos capaces de ver eso (o cualquier otra cosa), es porque nos han contado un cuento y nos lo hemos creído. Esto segundo es muy importante: nos lo hemos creído. Tanto, que incluso hay quien ha llegado a formar una familia siguiendo sus principios imaginarios -¡Oh! Naciste en octubre, eres Libra, seguro que tienes un carácter afable y optimista. Me gustas-.
Si el capitalismo todavía sigue aquí entre nosotros, es porque actúa de manera muy parecida, uniendo, también mediante relatos, puntos separados entre sí, y creando así una apariencia de sentido.
La astrología existe porque nos asusta pensar que el universo no tiene sentido, de la misma manera que nos asusta pensar que el capitalismo es, en realidad, un gigantesco galimatías que no va a ninguna parte -¿cómo va a ser todo esto un sinsentido mayúsculo?- Habíamos hecho un trato con él, firmamos un acuerdo que anulaba cualquier incredulidad por nuestra parte, otorgándole toda nuestra confianza, y lo hicimos a cambio de que las cosas tuvieran sentido, (ir a trabajar, comprar una casa, votar…), pero con la llegada de la crisis, el sentido se ha desvanecido, y con él la confianza y toda nuestra credibilidad. De repente lo hemos visto claro: los números son relativos, el dinero es una abstracción, los mercados no siguen ninguna lógica en realidad. Nasdaq, el Barril de Brent, la Prima de riesgo, ¿qué es todo eso?, nadie lo sabe con certeza, unos días son una cosa, y al día siguiente son otra. Nos hemos despertado en mitad de la noche y en el cielo ya no está la balanza, ni el escorpión, ni el león tampoco.Ya no hay cuento que valga, el espejo se ha roto, el emperador va desnudo en realidad, y lo sabemos.
La primera parte, pues, está cumplida, la confianza en el capitalismo se ha derrumbado. Ahora viene lo más difícil: escribir un nuevo relato y creérnoslo; porque como decía De Certau: «sin realtos los nuevos barrios quedan desiertos». Sin historias no hay lugar nuevo que podamos habitar.
En los años 60 el grupo de artistas y activistas estadounidenses Diggers, sostenían la extravagante idea de que todo aquello que uno puede representar, cobra vida automáticamente. Existe. «If you can act it up, it´s real», decían; y yo pienso como ellos: el mundo soñado empieza a hacerse real, actuando, haciendo como si ya existe.
La diferencia entre los Diggers y nosotros radica en que para ellos la lucha consistía en cortar con el sistema y salirse de él, fugarse de la sociedad («Dropping out of society»). Desconectar. En nuestros días, sin embargo, actuar de la misma manera sería una locura. Bastante divididos y distanciados nos encontramos ya; bastante desconectados de todo. Nuestra lucha, pues, ha de sustentarse en lo contrario: conectar. Conectar las cosas y a las personas entre sí, establecer un sentido y sostenerlo.
Mientras no lo hagamos, mientras sigamos viviendo en un mundo fragmentado y sin relato, dispondremos tan sólo de momentos fugaces de conexión (como la manifestación del otro día), apariciones efímeras e insostenibles incapaces de sustituir el relato dominante del capitalismo, ese cuento que narra un mundo donde las personas separadas las unas de las otras, andan ocupadas, únicamente, en la labor de gestionar sus propias vidas individuales, procurando no morir en el intento.
Si queremos pasar de pantalla, si queremos «r-evolucionar» como dice el 15M, entonces necesitamos cuanto antes escribir un relato colectivo, uno en el que quepa el 99%.
Hay que unir los puntos y mantener las líneas conectadas entre sí hasta que dibujen de nuevo la balanza, el escorpión, el león, y después tenemos que creernos este nuevo relato a pie juntillas, como si ya existiese, como si fuese real. Hay que representarlo una y mil veces, de infinitas formas. Nos tiene que dar igual que sea mentira, porque será una mentira compartida, y eso hará que podamos verlo, y en cuanto lo veamos, existirá (If you can act it up, it´s real), y entonces podremos mudarnos y vivir en él.
Robert L. Stevenson lo dejó escrito antes de morir: «Si uno se mantiene fiel a su relato, a su mapa, y lo consulta, y saca su inspiración de él, cada día y cada hora, obtiene ayuda seguro».
Yo soy muy stevensoniano, ¿y tú?
LEÓNIDAS MARTÍN
(De su blog Leodecerca. Gracias).
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