"¿Y qué pasa con el arte? Objeto de desconfianza, de adoración, de piedad, de condena, de desprecio si es entretenimiento, de conversión en mercancía, de subasta en Sotheby's, de compra por parte de gente importante que busca invertir, muere como "pieza artística" en los sótanos de miles de museos. Renace también cada hora en cárceles, en centros de acogida para mujeres, en garajes de pequeñas ciudades, en talleres de universidades populares, en hostales de carretera, dondequiera que alguien coge un lápiz, un utensilio para marcar a fuego la madera, una copia de La tempestad, una cámara a precio rebajado, un cuchillo de tallar, una barra de carboncillo, una trompa de una casa de empeños, un video de Ciudadano Kane, cualquier cosa que te permita darte cuenta de nuevo de que este lenguaje expresivo, profundamente instintivo y sin embargo consciente de sí mismo, este proceso regenerador, podría ayudar a salvarte la vida. "Si no hubiera poesía un día cualquiera en el mundo" -escribió la poeta Muriel Rukeyser- "se inventaría ese día, porque el hambre sería intolerable". Clayton Eshleman denomina este hambre como "el deseo, la necesidad de un mundo más profundo y con más alma". Existe una dinámica continua entre el arte reprimido y el arte renacido, entre el marketing implacable de lo superficial y la "realidad, espectral y vívida, que utiliza todos los medios" (Rukeyser de nuevo) para alcanzarnos atravesando corazas, resistencias, resignación, para devolvernos al deseo.
El arte es ambas cosas: duro y frágil. Habla de lo que deseamos oír y de lo que tememos encontrar.
(...)
El arte no puede ser nunca legislado completamente por ningún sistema, ni siquiera por aquellos que premian la obediencia y envían a los artistas disidentes a trabajos forzados y a la muerte; ni puede tampoco, en nuestro sistema específicamente comprometido, ser realmente libre. Puede abrirse paso, por los medios más simples, a través del macadán agrietado, pero necesita respirar espacio, cultura, protección, para realizarse. Exactamente como le pasa a la gente. Los nuevos artistas, jóvenes o mayores, necesitan educarse en su arte, las herramientas de su oficio, la oportunidad de estudiar ejemplos del pasado y conocer a los que lo practican en el presente, conseguir críticas y palabras de ánimo de mentores, aprender que no están solos. Mientras el contrato social se marchita, cada vez a menos gente se le dirá 'Sí, puedes hacerlo; esto también te pertenece'. Como el gobierno, el arte necesita la participación de muchos y muchas para no convertirse en propiedad de una minoría poderosa y mezquinamente interesada en sí misma.
El arte es nuestro derecho innato, el medio más poderoso de acceder a nuestra propia experiencia y vida imaginativa y a la de otras gentes. Al redescubrir y recuperar continuamente la humanidad de los seres humanos, el arte es crucial para la visión democrática. Un gobierno que se aleja más y más de la búsqueda de la democracia, verá cada vez menos "utilidad" en alentar a los artistas, considerará el arte una obscenidad o un engaño.
(...)
Extraído de "Por qué rechacé la medalla nacional de las artes". 1997, en Artes de lo posible. Ensayos y conversaciones, de Adrienne Rich, en traducción de María Soledad Sánchez Gómez, Editorial Horas y Horas, Madrid, 2005.
Tomado de Sociedad de diletantes, tomado a su vez de MLRS.
GRACIAS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario