El blog de Ana Pérez Cañamares - poeta

miércoles, noviembre 24, 2010

Lo que dice el poeta J. Jorge Sánchez sobre Alfabeto

(Poema visual de José Blanco: Situación.)


(I)





La ocurrencia de Roland Barthes "el grado cero de la escritura" es lo primero que me vino a la cabeza mientras leía Alfabeto de cicatrices de Ana Pérez Cañamares. Digo ocurrencia porque, en rigor, no se trata de un concepto aunque muchos culturalistas de los departamentos de literatura norteamericanos quiera considerarlo como tal. Uno es de la opinión que Barthes era un excelente escritor, original, inventivo pero poco riguroso como científico. Así, si se busca una definición clara y simple de la expresión "el grado cero de la escritura" la decepción será inevitable. Está mal definida, es ambigua e imprecisa. Sin embargo, es sugerente y ahí está su éxito.

De esta capacidad para sugerir tomo una de sus vertientes que me parece la más próxima a la que tenía en mente conforme iba avanzando por el texto de Ana (la cursiva es propia):

"Guardando las distancias, la escritura en su grado cero es en el fondo una escritura indicativa o si se quiere amodal; sería justo decir que se trata de una escritura de periodista si, precisamente, el periodismo no desarrollara por lo general formas optativas o imperativas (es decir patéticas). La nueva escritura neutra se coloca en medio de esos gritos y de esos juicios sin participar de ellos... realiza un estilo de la ausencia que es casi una ausencia ideal de estilo; la escritura se reduce pues a un modo negativo en el cual los caracteres sociales o míticos de un lenguaje se aniquilan en favor de un estado neutro e inerte de la forma; el pensamiento conserva así toda su responsabilidad, sin cubrirse con un compromiso accesorio de la forma en una Historia que no le pertenece. Si la escritura de Flaubert contiene una Ley, si la de Mallarmé postula un silencio, si otras, la de Proust, Céline, Queneau, Prévert, cada cual a su modo, se fundan en la existencia de una naturaleza social, si todas estas escrituras implican una opacidad de la forma... la escritura neutra recupera realmente la condición primera del arte clásico: la instrumentalidad"

Del batiburrillo, una idea: hay escrituras extremadamente depuradas que se acercan mucho a la mera indicación, al acto de mostrar, a una especie de ostensividad que podría, permítaseme la licencia literaria, semejar el señalamiento de una pura referencia. Pues bien, el libro de Ana es uno de los más logrados, como ejercicio de un grado cero de la escritura en la poesía narrativa, que he leído en los últimos tiempos.


(II)

Mal que nos pueda llegar a pesar, la literatura y, por supuesto, la poesía es un artificio, una construcción, una ficción en su sentido más amplio: no es el mundo, no son las cosas. Forma parte de él sí, pero es como un mapa y el mapa no es el territorio que describe, pese a que en él pueda haber mapas abandonados o apilados en la sección cartográfica de una librería de una ciudad señalada en él. Si fuera exactamente como él, si no fuera un artefacto, una convención, una selección, una modelización de la que se destacan algunos elementos en detrimento de otros, tendría -como ya señaló Borges- su misma extensión y no nos serviría para nada*.

No obstante, esta selección, esta simulación que es el arte, el lenguaje mismo, los diferentes códigos verbales y no verbales, puede ser trabajada y pulida en direcciones opuestas para describir la realidad.

Puede sofisticarse en un enroscamiento de figuras y tropos, de artificios legados por la tradición o también de innovados, buscando decir cada vez más elevando exponencialmente los recursos denotativos y connotativos. Se está entonces ante una poesía rica en metáforas y recursos estilísticos, que puede ser o no críptica en función del elevado número de desambiguaciones que sean precisas en la operación comprensiva.

Y también hay otra dirección, esa que tiende al "grado cero" del que hablaba Barthes. Una poesía que restringe al máximo el impulso retórico, que depura su construcción hasta conseguir lo máximo con lo mínimo buscando reducir -en la medida de lo posible- el discurso a su más pura condición instrumental (un horizonte, con todo, imposible).

En esa dirección encuentro Alfabeto de cicatrices soberbio y de gran mérito porque lograr que el constructo del yo poético prácticamente desaparezca para alumbrar una realidad descrita con gran finura y minuciosidad no es algo fácil. Requiere de unas destrezas poéticas y humanas que no están al alcance de todos.


* "...En aquel Imperio, el Arte, la Cartografía, logró tal perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una ciudad; y el Mapa del Imperio, toda una provincia. Con el tiempo estos mapas desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él".


(III)

La empresa de desensamblar ese artefacto que es la obra de arte y refinarlo hasta dejarlo en un puro esqueleto (la versificación más escuálida, la presencia de aquellas figuras sintácticas y semánticas realmente imprescindibles o la mínima arquitectura interna), de aproximarse al "grado cero" poético que muestra su objeto con la mayor transparencia, con el menor artificio, casi como si se tratara de un documental que esconde su montaje y realización extremadamente complejo, es uno de los aspectos más destacables de Alfabeto de cicatrices.

Huelga decir que, obviamente, el gusto de uno está vinculado a ese principio elemental que dice que cuando al leer un poema piensa que ojalá se le hubiera ocurrido a él, que ojalá lo hubiera escrito él, está ante un poema que le gusta. En ese sentido, muchos poemas de Ana (por ejemplo "En el avión", "Tarde de verano", Llos aludidos", "Todo eso" o "Mi padre se llamaba Daniel") entran en esa categoría y sólo ello valdría para que lo juzgara como uno de los libros más bellos y luminosos que he leído este año.

Es evidente que también la circunstancia de que el primer apartado, parte, capítulo o libro de Alfabeto... pueda leerlo como los poemas que hubiera escrito una de las voces protagonistas de mi Filosofía de la minucia (pueden enlazarse "Día de limpieza" con "Verdad y método", "Londres" con "Leviathan", "Tarde de domingo" con "Así hablo Zarathustra", "La agenda" con "Teoría estética" o "Bueyes" con "Crítica de la razón práctica") ayudan a este juicio.

Mas estos dos elementos subjetivos y egocéntricos se enriquecen con ese más objetivable que tiene que ver con esa capacidad de aproximarse al "grado cero". Tan sólo, desde otro lugar, había leído en estos últimos años una poesía tan capaz de suspenderse a sí misma en el empeño de mostrar la verdad de lo que acontece, del modo en que acaece: la de Gsús Bonilla (excepción hecha, por supuesto, del "maestro" Antonio Orihuela).

Ana consigue que su narratividad -o la ausencia de ella en algunos momentos- no quede presa ni en el flujo de la historia ni tampoco en las redes de las trópicas. Poesía casi instrumental como diría Barthes, limpia, cristalina por la fuerza de su desnudez, casi transparente gracias ese trabajo sobre sí misma que, insobornable, acepta llegar hasta el desvanecimiento para otorgar el espacio al mundo que abre, humilde porque no se pretende inaugural ni originaria, bella por su sobriedad, auténtica porque lo que dice está enunciado desde la conciencia que todo decir es respuesta a una interpelación.

Tan sólo le cabe a uno esperar que el reconocimiento que ya tiene perdure y que sus próximos trabajos persistan en ese camino antes de abrir nuevas rutas. Diría que, verdaderamente, tiene -como su Blog reza- el alma disponible. Que nadie se la estropee.

J. JORGE SÁNCHEZ

(En su blog Bajo la lluvia. Muchísimas gracias, por este análisis tan minucioso y en profundidad.)