Esperamos. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Estamos en la sala de espera de la unidad de oncología de un hospital de la ciudad en la que nací. Todo el mundo aguarda, espera su turno. Aquí se animan unos a otros. Leo unas páginas. Miro en torno y surge un poema que, unos minutos más tarde, escribiré a mano, sentado en un asiento del pasillo, entre el rumor de las conversaciones y el goteo y los pitidos de las máquinas que dispensan los medicamentos líquidos. En la sala estamos más de veinte personas. Escucho a un hombre, con muletas: anima a la gente. Ha llegado allí junto a su padre. Ese hombre tendrá cuarenta y tantos o cincuenta años. El padre, unos ochenta. Pero el enfermo es el hijo. Aquí no hay nada seguro. En esta planta se invierten los roles. Se invierte la lógica natural del tiempo. Los padres cuidan de sus hijos, los hijos se convierten en padres. Los hay que vienen solos. Sé que están dentro de su rutina, que ya nada les sorprende ni les asusta. Sin embargo, siento lástima por ellos. Y admiración. El de las muletas, luego, en el pasillo, mientras escribo mi poema a mano en un folio, dirá a los pacientes, como despedida: “Hay que luchar. Hay que seguir adelante. Porque, como suelo decir, no puedo perder a mi mejor amigo. Y mi mejor amigo soy yo”. Una mujer, conectada a la máquina de los ciclos, me dice que lleva acudiendo cinco años a la terapia. Pienso: “Cinco años. Joder”. Mujeres voluntarias recorren el pasillo. Acarrean bandejas con caramelos, vasos de plástico, galletas, bollos, envases de zumo… y los entregan a quienes esperan. A quienes esperamos. No soy un paciente y me siento como un intruso entre esta comunidad de gente que sufre. Asumo que esta sala es una metáfora de la vida. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Esperamos.
José Angel Barrueco
1 comentario:
qué bueno. Y qué inevitable coger un papel y escribir en donde sea.
un saludo
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