JARDÍN DE LAS PALMERAS
En esta negra y pequeña ciudad, tu ciudad,
donde incluso los trenes se paran indolentes,
sin girar la cabeza a sus destinos últimos,
como desafiando las sombras y el hollín,
se alza en el parque un bloque gris de interiores perla.
Ahora olvídate de la nieve, de los latigazos del frío,
aquí una húmeda antología de vientos tropicales te recibe
y el enigmático susurro de hojas
enormes y enredadas como perezosas serpientes
(ni un egiptólogo es capaz de entender su sentido).
Olvídate de la tristeza de calles pequeñas y estadios,
del peso de domingos malogrados.
Acepta este respirar cálido que surge de las plantas.
El ligero perfume de apagados relámpagos
te rodea y te lleva lejos, lejos.
Quizá veas velas de herrumbre, sus barcos no navegan,
islas con rosácea niebla, torres de destruidos templos,
contemples lo que se ha perdido, lo que nunca existió,
y también los que viven su vida que es igual
a la tuya.
Bajo otra luz ves de repente el mundo,
las puertas de casas ajenas se entreabrirán por un momento,
los pensamientos secretos saldrán, serán las fiestas menos dolorosas,
más comprensible la alegría ajena,
y más bellas las caras.
Olvídate de ti, ciégate de éxtasis,
olvídate de todo, volverá así quizás
una fraternidad, y una memoria más profundas,
y dirás no lo sé, no sé cómo ocurrió:
las palmeras abrieron mi corazón ansioso.
BUSCA
Volví a la ciudad
donde fui niño
y adolescente y un viejo de treinta años.
La ciudad me recibió con indiferencia,
los megáfonos de sus calles murmuraban:
¿no ves que el fuego todavía arde?,
¿no oyes el estrépito de las llamas?
Vete.
Busca en otro lugar.
Busca.
Busca la verdadera patria.
ADAM ZAGAJEWSKI
Tierra de fuego. Ediciones El Acantilado. Barcelona, 2004
En esta negra y pequeña ciudad, tu ciudad,
donde incluso los trenes se paran indolentes,
sin girar la cabeza a sus destinos últimos,
como desafiando las sombras y el hollín,
se alza en el parque un bloque gris de interiores perla.
Ahora olvídate de la nieve, de los latigazos del frío,
aquí una húmeda antología de vientos tropicales te recibe
y el enigmático susurro de hojas
enormes y enredadas como perezosas serpientes
(ni un egiptólogo es capaz de entender su sentido).
Olvídate de la tristeza de calles pequeñas y estadios,
del peso de domingos malogrados.
Acepta este respirar cálido que surge de las plantas.
El ligero perfume de apagados relámpagos
te rodea y te lleva lejos, lejos.
Quizá veas velas de herrumbre, sus barcos no navegan,
islas con rosácea niebla, torres de destruidos templos,
contemples lo que se ha perdido, lo que nunca existió,
y también los que viven su vida que es igual
a la tuya.
Bajo otra luz ves de repente el mundo,
las puertas de casas ajenas se entreabrirán por un momento,
los pensamientos secretos saldrán, serán las fiestas menos dolorosas,
más comprensible la alegría ajena,
y más bellas las caras.
Olvídate de ti, ciégate de éxtasis,
olvídate de todo, volverá así quizás
una fraternidad, y una memoria más profundas,
y dirás no lo sé, no sé cómo ocurrió:
las palmeras abrieron mi corazón ansioso.
BUSCA
Volví a la ciudad
donde fui niño
y adolescente y un viejo de treinta años.
La ciudad me recibió con indiferencia,
los megáfonos de sus calles murmuraban:
¿no ves que el fuego todavía arde?,
¿no oyes el estrépito de las llamas?
Vete.
Busca en otro lugar.
Busca.
Busca la verdadera patria.
ADAM ZAGAJEWSKI
Tierra de fuego. Ediciones El Acantilado. Barcelona, 2004
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