El poeta Antonio Martínez i Ferrer me manda dos poemas, el primero de ellos en conmemoración de las primeras apariciones de las madres de la Plaza de Mayo, poema que ya apareció en su libro Efectos secundarios, publicado en el 2003. El segundo está dedicado al pueblo palestino.
Viernes 16 de mayo del 2003
La mañana ungida
de inesperados encuentros
se ha vestido
las galas
de una imagen entrañable.
Un ave del paraíso
llamada Bonafini
se ha posado
en el dintel
de todas las esperanzas.
Universo de madres
de miradas blancas.
Pañuelos alados que brotan
en la intimidad de una plaza
que abrió ventanas al mundo.
HOLOCAUSTO PALESTINO
Estoy en los sueños de la ira
muriendo en el alma de una gota de sangre.
Desnudo de mañanas, en las últimas soledades,
me ahogo en el grito de las ausencias.
¡Qué solo me encuentro
en la mesa de los dolores!
El amigo está preso en sus propios olvidos,
sin luz, perdido entre los recuerdos.
Nada existe hoy que no produzca miedos.
Nada queda para luego, salvo lágrimas.
El plato de la mañana es oscuro,
el de mediodía me arranca las tripas,
el de la noche me alimenta de horrores.
En la otra calle
los aceros de la muerte apuntan
a la cabeza del niño.
De todos los niños.
La mano de fuego consuela a la madre,
mientras
la tierra muerde sus tiernas carnes.
El viajero de la muerte, del otro lado, ríe.
La mano que aplaude reza palabras de alambre,
los dedos empalizados secuestran pueblos,
regalando hambre, sembrando ruinas,
robando destinos, naciones y nombres.
¡Ay Israel!, ¿en qué templo has rezado,
que sales con las sandalias de la muerte?
¡Ay Israel!, que corres ciego hacia la nada.
El fuego trae el fuego,
la sangre, la sangre;
te llegarán los besos de los hijos del odio
envueltos con los recuerdos del terror.
ANTONIO MARTÍNEZ I FERRER
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