Siguiendo con lo prometido en una entrada anterior, tengo el honor de publicar aquí el texto correspondiente a la escena cuarta de la obra de teatro escrita por Milan Richter, DEL EREBOPARAÍSO DE KAFKA, en una versión resumida. Que lo disfrutéis. Y a Milan Richter, una vez más, mi admiración y mi agradecimiento.
Cuarta escena
- Praga, de septiembre de 1919 a junio de 1920 –
Franz y la señorita J. pasean por el parque (en el Riegerpark), que ocupa la parte derecha del escenario (el parque está sugerido por un decorado que representa un quiosco de música). Están cogidos de la mano y ríen. De tanto en tanto rompen a reír. Muy en voz muy alta y acaso un poco forzadamente.
FRANZ:
Me he aburrido un montón. Nada de compañía femenina – no tenía con quien reír. Por las noches he estudiado como autodidacta el hebreo del manual de Moses Rath Manual de hebreo para escuelas y autoaprendizaje. Una actividad muy divertida... (se pone a reír, la señorita J. ríe también – pero al cabo de un rato se miran uno al otro, se sienten perplejos.) Pero luego llegó Usted, Julia. Y eso fue…
señorita J.:
Apasionante. Usted, con una u otra cosa... siempre consiguió hacerme reír. Usted parecía tan fuera de sitio... como un desnudo entre los devotos en un templo.
FRANZ:
Nunca llegué a saber cuáles son las reglas.
señorita J.:
(Primero parece sorprendida al oír esas palabras, luego rompe a reír.)
¿Cuáles son las reglas? Ja-ja-ja-ja, ju-ju-ju-ju. Por ejemplo, que el hombre pretende a una mujer. Le trae una flor. La lleva a la piscina. La besa...
Kafka intenta besar a la señorita J., pero no lo consigue. La señorita J. le sigue cogiendo de la mano, pero retrocede, se aparta de él, al mismo tiempo se destapa un poco los hombros...
señorita J.:
... pide su..., no más, no más, no más... pide su mano...
FRANZ:
¿Usted quisiera... casarse..., casarse... con-mi-go?
señorita J.:
No, yo no me casaré... Una vez estuve comprometida, estuvimos preparando la boda, mi amado murió en la guerra. Qué pasaría, si de pronto usted se pusiera enfermo...
FRANZ:
... Ps, si me pusiera enfermo... yo estoy enfermo casi siempre... También suelo tener fiebres...
señorita J.:
... y se fuera, así de pronto, al otro mundo.
FRANZ:
(Como si por un momento no la escuchara, como si siguiera centrado en esas palabras sobre el compromiso.)
Yo..., yo también estuve comprometido... incluso dos veces... con la misma... Y ella, imagínese usted – se llamaba Felice – hace un par de meses se casó felizmente.
señorita J.:
¿Felizmente?
FRANZ:
Seguro que felizmente. Pues conmigo estuvo casi cinco años... infeliz.
señorita J.:
(Empieza a aburrirse. La conversación no tiene sentido. Impulsivamente decide arriesgarse.)
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Casarse o no casarse? ¿Se casará usted conmigo?
Rompe a reír y Franz también ríe, para ocultar su perplejidad.
FRANZ:
Sí, me caso... Mejor dicho: No me caso. No puedo casarme...
Se sientan en el suelo (en la escalera del quiosco o en el césped). En medio de la risa, Franz le toca los pechos, pero enseguida retira la mano. La señorita J. está un poco sorprendida, pero otra vez vuelve a reír. Franz, también riendo, le toca, de pronto, la entrepierna...
Entra Akfak.
AKFAK:
El ser humano es una inmensa superficie pantanosa. Si siente entusiasmo es, en cuadro general, como cuando, en algún rincón del pantano, una ranita cae en el agua verde.
La señorita J. se levanta y huye avergonzada. Puede salir fuera, o puede quedarse en un rincón oscuro y observar lo que ocurre en el escenario. Al cabo de un rato, vuelve discretamente a la escena, pero se queda a una distancia segura, lejos de Franz.
FRANZ:
(Se levanta, se acerca a Akfak, le dirige sus palabras, o bien a él, o bien otras veces a la señorita J., a la cual está buscando con la mirada.)
Había momentos en los que estuvimos seguros que no nos iríamos a casar, pero otras veces nos sentíamos tentados por tal idea. Nos hemos dicho, que para mí el matrimonio y los hijos es lo más alto que se puede desear en el mundo, pero también nos hemos dicho que en mi caso, esto es imposible. Tenía tras de mí ese desgraciado asunto del doble compromiso...
AKFAK:
... Y la ruptura del compromiso... siempre uno seguido inmediatamente de lo otro... ¡chas-chas! Me parece que el papel de comprometido no se te daba bien.
FRANZ: .
... y aunque he pasado un año relativamente feliz e indoloro (excepto por la enfermedad), sentía golpes y dolor por todo el cuerpo... pero no lo sentía mientras no tropezara con algo... ¿me entiendes? – ¿me comprendes?, Julia... pero sabía muy bien, que bastaría con que alguien me tocara, PUSIERA LA PALMA DE SU MANO SOBRE MI HERIDA, y me hundiría otra vez en los peores sufrimientos, como al principio mismo... no por haber revivido en mí viejas vivencias, ¡no!, aquellas se perdieron, se diluyeron, sin embargo, quedó algo como la forma primitiva del dolor, una forma, ¿comprende? – que se funde con otro y otro dolor... un drenaje antiguo de la herida..., y en ese drenaje, cada nuevo dolor está como en su casa, fluye, se precipita, quema, duele, terrible como el primero, el primerísimo día, incluso aún más terrible, porque uno pierde resistencia.
señorita F.:
(Entra en escena, como si estuviera mucho tiempo paseando por el parque sola. En la mano sujeta unos folios escritos, como arrancados de un diario, y lee... no se fija mucho en lo que pasa a su alrededor.)
Algunos niegan la tribulación tapando con la mano el sol, él niega el sol tapando con la mano la tribulación.
AKFAK:
Él se siente preso en esta tierra, para él es estrecha, en él estallan la tristeza, la debilidad, las enfermedades, los delirios del preso, no puede consolarlo ningún consuelo, precisamente porque, frente al hecho brutal de estar preso, es solo un consuelo, delicado consuelo que le causa jaqueca. Pero si le preguntan qué quiere en realidad, no acierta a responder, pues no tiene – esta es una de sus pruebas más fuertes – ninguna noción de la libertad.
señorita F.:
Él no vive en razón de su propia vida, no piensa en razón de su propio pensamiento. Es como si viviese y pensase bajo la presión de una familia que posee, ciertamente, mucha fuerza vital y mucha fuerza mental, pero para la que él representa, conforme a alguna ley para él desconocida, una necesidad formal. En razón de esa familia desconocida y de esas leyes desconocidas, no puede ser relevado de sus funciones.
FRANZ:
(Escucha sorprendido. Son sus palabras, pero ¿por qué las oye de la boca de otros? ¿Por qué se dio cuenta tan sólo ahora?)
¿Qué significa esto? ¿Me espiáis? ¿Me espiáis, me revisáis mis notas, mi cerebro? ¿Queréis saber si soy malo o bueno? ¿Si estoy hecho para el matrimonio, o si me quedo como un eterno hijo? ¡Ja, ja!
AKFAK:
El mal tiene sus sorpresas. De repente se da la vuelta y dice: «Me has entendido mal», y quizá sea realmente así. El mal se convierte en tus labios, se deja mordisquear por tus dientes, y ahora, con tus nuevos labios – nunca tuviste unos que se amoldaran tan mansamente a tu dentadura – pronuncias para tu propio asombro la buena palabra.
FRANZ:
A veces lo diabólico adopta el aspecto del bien o incluso se encarna por completo en él. Si esto se me oculta, sucumbiré, por supuesto, ya que ese bien es más atractivo que el verdadero. Pero ¿qué pasa si no se me oculta? ¿Y si voy a parar al bien huyendo de una jauría de demonios? ¿Y si, objeto de repugnancia, me veo rodeado de alfileres que me arrollan, me acucian, me empujan hacia el bien con sus puntas? ¿Y si las garras del bien se abalanzan visibles sobre mí? Retrocedo un paso y me hundo blanda y tristemente en el mal, que ha estado todo el tiempo detrás de mí esperando a que me decidiera.
señorita J.:
Mantener la calma; alejarse al máximo de las exigencias de la pasión; conocer la corriente y a partir de ahí nadar contra ella; nadar contra la corriente por el placer de dejarse llevar.
FRANZ:
NADAR CONTRA LA CORRIENTE, PORQUE SIENTES PLACER, CUANDO LA CORRIENTE TE LLEVA. Y a pesar de todo, me quería casar con Julia, tener tantos hijos cuántos vinieran, porque uno se casa para convertirse en mejor, y limitar el número de hijos que nacerían del matrimonio, eso provoca espanto.
AKFAK:
Pero, querido Franz, tú no eres un campesino, al que, con todas sus gargantas hambrientas, alimenta la tierra, y no eres ni mercader, ni comerciante… Eres un simple desecho, un cansado empleado que asqueado despacha sus escritos en la oficina, un burgués nervioso con los pulmones enfermos, irritado con cualquier ruido, entregado a merced de todos los peligros de la literatura. ¿Quieres casarte, aunque sea con estas condiciones?
FRANZ:
Tienes razón, las condiciones y mis predisposiciones eran malas. Pues cómo podría atreverme a pedirle que me dejara dormir por las noches, para no tener que correr todo el día siguiente como medio loco, pues, de lo contrario, me dolería terriblemente la cabeza… ¿Y qué pasaría con mi obra? ¿Cuándo tendría tiempo de escribir? ¿Sería yo, por cierto, capaz aportar por lo menos un granito de felicidad a esa fiel e increíblemente entregada muchacha?
akfak:
Pues, tiempo para escribir lo tendrías precisamente por la noche, mientras que Julia se lo pasaría en grande con otros.
señorita F. y señorita J.:
¿Qué? ¿Con otros?
akfak:
Lo dicho: con otros hombres… Por lo menos tu padre opina así. Procuró investigar esto y aquello, pues no dejaría a su hijito tan fácilmente a una cualquiera… hija de ¡UN EMPLEADO DE LA SINAGOGA! Y averiguó, lo averiguaron los detectives contratados, que la chica es bastante casquivana y que le gustan los hombres.
FRANZ:
(Aparta a Akfak a un lado.)
!Psst! No hace falta tan alto. Lo he oído, me lo ha dicho mi hermana Ottla. Pero yo, de todas formas, no lo creo. Julia es… ella es… increíblemente abnegada… buena, buena…
señorita F.:
(Lee de un papelito.)
El mundo solo puede considerarse bueno a partir del punto en el que fue creado, pues sólo allí se dijo: y vio que era bueno, y sólo a partir de allí se lo puede condenar y destruir.
Franz:
El coito es el castigo de la dicha de estar juntos. La única posibilidad para mí de soportar el matrimonio es vivir de la forma más ascética posible, de forma aún más ascética que un soltero.
Poco a poco oscurece, en la semioscuridad Franz se pasa al lado izquierdo del escenario – a la habitación del sanatorio en Matliary.
(...)
- Praga, de septiembre de 1919 a junio de 1920 –
Franz y la señorita J. pasean por el parque (en el Riegerpark), que ocupa la parte derecha del escenario (el parque está sugerido por un decorado que representa un quiosco de música). Están cogidos de la mano y ríen. De tanto en tanto rompen a reír. Muy en voz muy alta y acaso un poco forzadamente.
FRANZ:
Me he aburrido un montón. Nada de compañía femenina – no tenía con quien reír. Por las noches he estudiado como autodidacta el hebreo del manual de Moses Rath Manual de hebreo para escuelas y autoaprendizaje. Una actividad muy divertida... (se pone a reír, la señorita J. ríe también – pero al cabo de un rato se miran uno al otro, se sienten perplejos.) Pero luego llegó Usted, Julia. Y eso fue…
señorita J.:
Apasionante. Usted, con una u otra cosa... siempre consiguió hacerme reír. Usted parecía tan fuera de sitio... como un desnudo entre los devotos en un templo.
FRANZ:
Nunca llegué a saber cuáles son las reglas.
señorita J.:
(Primero parece sorprendida al oír esas palabras, luego rompe a reír.)
¿Cuáles son las reglas? Ja-ja-ja-ja, ju-ju-ju-ju. Por ejemplo, que el hombre pretende a una mujer. Le trae una flor. La lleva a la piscina. La besa...
Kafka intenta besar a la señorita J., pero no lo consigue. La señorita J. le sigue cogiendo de la mano, pero retrocede, se aparta de él, al mismo tiempo se destapa un poco los hombros...
señorita J.:
... pide su..., no más, no más, no más... pide su mano...
FRANZ:
¿Usted quisiera... casarse..., casarse... con-mi-go?
señorita J.:
No, yo no me casaré... Una vez estuve comprometida, estuvimos preparando la boda, mi amado murió en la guerra. Qué pasaría, si de pronto usted se pusiera enfermo...
FRANZ:
... Ps, si me pusiera enfermo... yo estoy enfermo casi siempre... También suelo tener fiebres...
señorita J.:
... y se fuera, así de pronto, al otro mundo.
FRANZ:
(Como si por un momento no la escuchara, como si siguiera centrado en esas palabras sobre el compromiso.)
Yo..., yo también estuve comprometido... incluso dos veces... con la misma... Y ella, imagínese usted – se llamaba Felice – hace un par de meses se casó felizmente.
señorita J.:
¿Felizmente?
FRANZ:
Seguro que felizmente. Pues conmigo estuvo casi cinco años... infeliz.
señorita J.:
(Empieza a aburrirse. La conversación no tiene sentido. Impulsivamente decide arriesgarse.)
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Casarse o no casarse? ¿Se casará usted conmigo?
Rompe a reír y Franz también ríe, para ocultar su perplejidad.
FRANZ:
Sí, me caso... Mejor dicho: No me caso. No puedo casarme...
Se sientan en el suelo (en la escalera del quiosco o en el césped). En medio de la risa, Franz le toca los pechos, pero enseguida retira la mano. La señorita J. está un poco sorprendida, pero otra vez vuelve a reír. Franz, también riendo, le toca, de pronto, la entrepierna...
Entra Akfak.
AKFAK:
El ser humano es una inmensa superficie pantanosa. Si siente entusiasmo es, en cuadro general, como cuando, en algún rincón del pantano, una ranita cae en el agua verde.
La señorita J. se levanta y huye avergonzada. Puede salir fuera, o puede quedarse en un rincón oscuro y observar lo que ocurre en el escenario. Al cabo de un rato, vuelve discretamente a la escena, pero se queda a una distancia segura, lejos de Franz.
FRANZ:
(Se levanta, se acerca a Akfak, le dirige sus palabras, o bien a él, o bien otras veces a la señorita J., a la cual está buscando con la mirada.)
Había momentos en los que estuvimos seguros que no nos iríamos a casar, pero otras veces nos sentíamos tentados por tal idea. Nos hemos dicho, que para mí el matrimonio y los hijos es lo más alto que se puede desear en el mundo, pero también nos hemos dicho que en mi caso, esto es imposible. Tenía tras de mí ese desgraciado asunto del doble compromiso...
AKFAK:
... Y la ruptura del compromiso... siempre uno seguido inmediatamente de lo otro... ¡chas-chas! Me parece que el papel de comprometido no se te daba bien.
FRANZ: .
... y aunque he pasado un año relativamente feliz e indoloro (excepto por la enfermedad), sentía golpes y dolor por todo el cuerpo... pero no lo sentía mientras no tropezara con algo... ¿me entiendes? – ¿me comprendes?, Julia... pero sabía muy bien, que bastaría con que alguien me tocara, PUSIERA LA PALMA DE SU MANO SOBRE MI HERIDA, y me hundiría otra vez en los peores sufrimientos, como al principio mismo... no por haber revivido en mí viejas vivencias, ¡no!, aquellas se perdieron, se diluyeron, sin embargo, quedó algo como la forma primitiva del dolor, una forma, ¿comprende? – que se funde con otro y otro dolor... un drenaje antiguo de la herida..., y en ese drenaje, cada nuevo dolor está como en su casa, fluye, se precipita, quema, duele, terrible como el primero, el primerísimo día, incluso aún más terrible, porque uno pierde resistencia.
señorita F.:
(Entra en escena, como si estuviera mucho tiempo paseando por el parque sola. En la mano sujeta unos folios escritos, como arrancados de un diario, y lee... no se fija mucho en lo que pasa a su alrededor.)
Algunos niegan la tribulación tapando con la mano el sol, él niega el sol tapando con la mano la tribulación.
AKFAK:
Él se siente preso en esta tierra, para él es estrecha, en él estallan la tristeza, la debilidad, las enfermedades, los delirios del preso, no puede consolarlo ningún consuelo, precisamente porque, frente al hecho brutal de estar preso, es solo un consuelo, delicado consuelo que le causa jaqueca. Pero si le preguntan qué quiere en realidad, no acierta a responder, pues no tiene – esta es una de sus pruebas más fuertes – ninguna noción de la libertad.
señorita F.:
Él no vive en razón de su propia vida, no piensa en razón de su propio pensamiento. Es como si viviese y pensase bajo la presión de una familia que posee, ciertamente, mucha fuerza vital y mucha fuerza mental, pero para la que él representa, conforme a alguna ley para él desconocida, una necesidad formal. En razón de esa familia desconocida y de esas leyes desconocidas, no puede ser relevado de sus funciones.
FRANZ:
(Escucha sorprendido. Son sus palabras, pero ¿por qué las oye de la boca de otros? ¿Por qué se dio cuenta tan sólo ahora?)
¿Qué significa esto? ¿Me espiáis? ¿Me espiáis, me revisáis mis notas, mi cerebro? ¿Queréis saber si soy malo o bueno? ¿Si estoy hecho para el matrimonio, o si me quedo como un eterno hijo? ¡Ja, ja!
AKFAK:
El mal tiene sus sorpresas. De repente se da la vuelta y dice: «Me has entendido mal», y quizá sea realmente así. El mal se convierte en tus labios, se deja mordisquear por tus dientes, y ahora, con tus nuevos labios – nunca tuviste unos que se amoldaran tan mansamente a tu dentadura – pronuncias para tu propio asombro la buena palabra.
FRANZ:
A veces lo diabólico adopta el aspecto del bien o incluso se encarna por completo en él. Si esto se me oculta, sucumbiré, por supuesto, ya que ese bien es más atractivo que el verdadero. Pero ¿qué pasa si no se me oculta? ¿Y si voy a parar al bien huyendo de una jauría de demonios? ¿Y si, objeto de repugnancia, me veo rodeado de alfileres que me arrollan, me acucian, me empujan hacia el bien con sus puntas? ¿Y si las garras del bien se abalanzan visibles sobre mí? Retrocedo un paso y me hundo blanda y tristemente en el mal, que ha estado todo el tiempo detrás de mí esperando a que me decidiera.
señorita J.:
Mantener la calma; alejarse al máximo de las exigencias de la pasión; conocer la corriente y a partir de ahí nadar contra ella; nadar contra la corriente por el placer de dejarse llevar.
FRANZ:
NADAR CONTRA LA CORRIENTE, PORQUE SIENTES PLACER, CUANDO LA CORRIENTE TE LLEVA. Y a pesar de todo, me quería casar con Julia, tener tantos hijos cuántos vinieran, porque uno se casa para convertirse en mejor, y limitar el número de hijos que nacerían del matrimonio, eso provoca espanto.
AKFAK:
Pero, querido Franz, tú no eres un campesino, al que, con todas sus gargantas hambrientas, alimenta la tierra, y no eres ni mercader, ni comerciante… Eres un simple desecho, un cansado empleado que asqueado despacha sus escritos en la oficina, un burgués nervioso con los pulmones enfermos, irritado con cualquier ruido, entregado a merced de todos los peligros de la literatura. ¿Quieres casarte, aunque sea con estas condiciones?
FRANZ:
Tienes razón, las condiciones y mis predisposiciones eran malas. Pues cómo podría atreverme a pedirle que me dejara dormir por las noches, para no tener que correr todo el día siguiente como medio loco, pues, de lo contrario, me dolería terriblemente la cabeza… ¿Y qué pasaría con mi obra? ¿Cuándo tendría tiempo de escribir? ¿Sería yo, por cierto, capaz aportar por lo menos un granito de felicidad a esa fiel e increíblemente entregada muchacha?
akfak:
Pues, tiempo para escribir lo tendrías precisamente por la noche, mientras que Julia se lo pasaría en grande con otros.
señorita F. y señorita J.:
¿Qué? ¿Con otros?
akfak:
Lo dicho: con otros hombres… Por lo menos tu padre opina así. Procuró investigar esto y aquello, pues no dejaría a su hijito tan fácilmente a una cualquiera… hija de ¡UN EMPLEADO DE LA SINAGOGA! Y averiguó, lo averiguaron los detectives contratados, que la chica es bastante casquivana y que le gustan los hombres.
FRANZ:
(Aparta a Akfak a un lado.)
!Psst! No hace falta tan alto. Lo he oído, me lo ha dicho mi hermana Ottla. Pero yo, de todas formas, no lo creo. Julia es… ella es… increíblemente abnegada… buena, buena…
señorita F.:
(Lee de un papelito.)
El mundo solo puede considerarse bueno a partir del punto en el que fue creado, pues sólo allí se dijo: y vio que era bueno, y sólo a partir de allí se lo puede condenar y destruir.
Franz:
El coito es el castigo de la dicha de estar juntos. La única posibilidad para mí de soportar el matrimonio es vivir de la forma más ascética posible, de forma aún más ascética que un soltero.
Poco a poco oscurece, en la semioscuridad Franz se pasa al lado izquierdo del escenario – a la habitación del sanatorio en Matliary.
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1 comentario:
gracias Ana, viene como anillo al dedo, llevo un mes o por ahí ebria con los diarios de Kafka. Espero ansiosa más entregas.
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