Daniel Bellón, de quien hablé hace unos días, escribe en su blog un texto estupendo a propósito de Paco, y luego nos regala un poema a mí me ha encantado (que me perdone Paco, pero no he podido mantener la tipografía en las líneas, o como se diga):
Francisco, Paco, es uno de esos hermanos contra los que nada puede la lejanía. Paco, también, es uno de los poetas que se acabaran enseñando en los colegios dentro de unos años, pese a su rechazo a jugar los juegos institucionales vinculados a la poesía: concursos, pasilleos, etc. Pero su calidad y originalidad es extraordinaria. Es de esa gente que los dioses han tocado, sin más. Originalidad enganchada a una tradición concreta, la de las vanguardias isleñas, especialmente, la generación surrealista canaria que la barbarie truncó. Alrededor de esa raíz se enreda su radical compromiso con el país y sus habitantes, tratando de construir una voz donde se encontraran y se vieran. El poema siguiente pertenece a su obra "El miedo que nos hicieron", editada en su día también por Baile del Sol. Disfrútenlo y me cuentan:
ANUNCIO DE LA PERSONA
A pesar de todo lo que he visto
juro delante del sol,
debajo mismo de la Puerta del Este,
que todavía me cabe el hombre en el ojo.
Y mira que tengo babeando la venganza,
que se me pase en lo más mío
un perfume de geranios violentos
y que se me llevan por delante
un presentimiento
un cuento triste
y hasta un relámpago.
Pero sin embargo ahí está ese hombre,
viniendo, llegando,
cada vez más cerca.
El viento le viene abriendo paso,
es una boca celosa
que va besando el hambre.
Un malpaís florido le cubre las espaldas
y lo abriga.
Le dan de beber un montón de colmenas
y lo alimentan.
Con él la vida es algo que siempre viene
y que ya nunca más se marcha.
Por donde pasa deja revoloteando
la canción de los pájaros
y se ponen a bailar las criaturas
de las flores y los barrancos
No hay dedo que lo señale
sin retorcerse
no hay lengua que lo malnombre
sin que se caiga al suelo
y se desaparezca para siempre. Dos estrellas de fuego
le llenan la mirada
y la frente se la corona
un lucero que se salió del espacio.
Es nítido y gigante como los niños,
trae las mismas preguntas
que la luz y el primer aliento.
Le salen soles por las ganas
y una luna le alumbra el mundo en calma
que se le pone en los labios cuando habla
Yo lo miro y me quedo mudo,
se me pierden las palabras
por dentro de la garganta.
Sé que quiero las manos de este hombre
para hacer la historia.
Quiero sus manos para escribirla,
para hacer dos antorchas
que alumbren el día y la noche de la tierra,
para hacer un paisaje
donde quepa todo lo bueno
y donde tengan derecho a salir corriendo
todos los hijos de todas las madres
de todos los imposibles
que caben en un sueño.
Y sé que esto que digo es un sueño
que recorre los pasillos de otro sueño.
Que sube para arriba
como el humo limpio
de las hogueras de los días de fiesta.
Por la punta misma
de ese humo que sube y sube
soy yo el que está subiendo
y tiro piedras chicas
a todas las ventanas de la fantasía,
mis muertos las abren
y cuando preguntan quién va
es paz
lo que el futuro contesta.
(Si alguien quiere leer el poema tal como fue concebido, puede hacerlo aquí)
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