Alguien nombró hace poco este cuento en los comentarios. Salió publicado en una antología de relato hiperbreve, Por favor, sea breve, editada por Páginas de Espuma. Lo cuelgo a propósito del tema de las madres, y porque, a pesar de que hace mucho tiempo que lo escribí, me sigue gustando. Es decir, lo sigo sintiendo cercano a mí, y eso que va para años que no escribo relatos.
LA AMIGA DE MAMÁ
La amiga de mamá llegaba a casa, con sus maletas cargadas de regalos y era como si la Navidad se hubiese presentado, fuera abril o septiembre. La amiga de mamá extendía mapas, repartía paquetes, nos disfrazaba de bereberes, desplegaba historias y fotos y por último colocaba su neceser entre nuestros jabones y cepillos de dientes, y así sabíamos que sería nuestra por una temporada.
Las comidas se llenaban de sabores exóticos, los bailes eran voluptuosos y frenéticos, y hasta nuestros nombres cambiaban, y un día nos llamábamos Samarcanda, otro Tegucigalpa, o Gobi, o Tombuctú. En el colegio nuestros compañeros se disputaban el privilegio de venir a pasar la tarde en casa. Y la amiga de mamá, aunque por la noche la oíamos hablar hasta muy tarde frente a una botella de licor de extraños reflejos, la amiga de mamá nunca parecía cansada.
Eso fue lo primero que me llamó la atención aquel día: su rostro exhausto, descansando sobre el regazo de mamá. No recuerdo a qué había bajado al salón pero enseguida tuve la sensación de asistir a una escena prohibida, no por impropia ni vergonzosa; era algo más allá, como entrar en la trastienda de aquellas dos mujeres. Porque no sólo estaba la fragilidad de la amiga de mamá; sobre todo estaba la tristeza de mamá. Como si sus ojos hubieran visto más que los de su amiga. Como si se hubiera despedido de más gente. Como si estuviera agotada de servir de sostén a los sueños de los demás.
LA AMIGA DE MAMÁ
La amiga de mamá llegaba a casa, con sus maletas cargadas de regalos y era como si la Navidad se hubiese presentado, fuera abril o septiembre. La amiga de mamá extendía mapas, repartía paquetes, nos disfrazaba de bereberes, desplegaba historias y fotos y por último colocaba su neceser entre nuestros jabones y cepillos de dientes, y así sabíamos que sería nuestra por una temporada.
Las comidas se llenaban de sabores exóticos, los bailes eran voluptuosos y frenéticos, y hasta nuestros nombres cambiaban, y un día nos llamábamos Samarcanda, otro Tegucigalpa, o Gobi, o Tombuctú. En el colegio nuestros compañeros se disputaban el privilegio de venir a pasar la tarde en casa. Y la amiga de mamá, aunque por la noche la oíamos hablar hasta muy tarde frente a una botella de licor de extraños reflejos, la amiga de mamá nunca parecía cansada.
Eso fue lo primero que me llamó la atención aquel día: su rostro exhausto, descansando sobre el regazo de mamá. No recuerdo a qué había bajado al salón pero enseguida tuve la sensación de asistir a una escena prohibida, no por impropia ni vergonzosa; era algo más allá, como entrar en la trastienda de aquellas dos mujeres. Porque no sólo estaba la fragilidad de la amiga de mamá; sobre todo estaba la tristeza de mamá. Como si sus ojos hubieran visto más que los de su amiga. Como si se hubiera despedido de más gente. Como si estuviera agotada de servir de sostén a los sueños de los demás.
8 comentarios:
Muy bueno, Ana.
:)
Ay, la fortaleza y la debilidad de las personas, la alegría y la tristeza...parece que un sentimiento y su opuesto van siempre de la mano.
precioso relato,
un crudo despertar a la realidad que tan poco nos gusta los adultos, reflejado en los ojos desbordados de fantasía de una niña...
cruelmente conmovedor
beso
la triste y cruda realidad en grado sumo en estas excelentes líneas ANA, el mundo es un gran vertedero,l necesitamos limpiarlo con versos, hace mucho que no escribo algo, y estoy algo "resabiado" porque quiero acabar ya e irme o estar mejor dicho de vacaciones, un abrazote
sencillamente fantástico!
Me alegra que os guste.
siempre me ha interesado ese momento tan sutil como demoledor en que te das cuenta de que tus padres son otros además de padres y eso cambia tu perspectiva sobre ellos. Intenté reflejarlo en el libro de relatos que escribí, En días idénticos a nubes, porque me parece que ese momento -que a algunos les llega en la infancia, a otros en la madurez, a muchos nunca, me temo- es muy alioso; nos puede dar, si lo aprovechamos, o dependiendo también de lo que veamos, la capacidad del perdón, la soltura para ser adultos responsables. También levanta muchas preguntas difíciles de responder, porque a menudo se intuye a los padres como otros, pero es difícil y a veces contraproducente investigar mucho más allá.
Qué bonito.
Muy emotivo.
También hace mucho que no escribo relatos. Decías tú un día que habías encontrado un formato perfecto en el blog. Y a mí me ha pasado lo mismo. Mucha gente considera que es como haber dejado de escribir, pero a mí me parece que, si para nosotras esto es más adecuado, también es otra forma de crear. Y sin la presión de que todo tiene que resultar importante, duradero, grandioso... Un día se te ocurre una chorrada, otro algo más trascendental.
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