Esta mañana, mientras subía las escaleras mecánicas del metro hacia la salida, una chica ha abierto una mandarina, unos escalones por encima de mí. Primero ha sido el aroma, que ha barrido los olores enclaustrados del metro. Luego, una décima de segundo más tarde, mi rostro ha atravesado la lluvia de la cáscara. He cerrado los ojos. Durante un momento, estaba en la calle, en un patio, en el campo. He vuelto a abrir los ojos. Las gafas estaban perladas de gotitas y todavía no las he limpiado.
2 comentarios:
Ana, quedate con el aroma...pero por Dios limpieate las gafas!
Ya me las he limpiado. Y la verdad es que al limpiármelas he descubierto el salpicón de una nécora que me comí ayer. Mis gafas a veces son como un lavado de estómago...
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